Conversación en Abandoibarra


LA FOTOMATONA | JENOFONTE
El ruido del tumulto callejero rebotaba sobre las deconstruidas paredes del Guggenheim bilbaíno mientras se colocaban para la foto familiar los asistentes a la cumbre de la elite mundial encargada de confirmar, una vez más, el crecimiento económico para unos pocos y el decrecimiento humillante para la inmensa mayoría.
El Rey cojeaba palabras, como preguntando, a las que los fieles sirvientes sonreían. –Los del jaleo son los negros, majestad. –¿Los africanos, como mi abuelo? –No, los encapuchados, los antisistema, los anarquistas, como dirán en el telediario cuando les saquen quemando los contenedores. –Anarquistas, anarquistas, esos me suenan –pareció entenderse del balbuceo que salía del clamoroso traje de gala. –Esos son los peores, mi señor, están contra todo, no sólo contra la pobreza, como todos los que estamos aquí, sino hasta contra la riqueza. –Qué callos, eh, los de Casa Ciriaco –respondió El Rey mientras parecía mirar a la Jefa de Todo Aquello, La Lagarde, con quien le habían citado horas después a una traducción simultánea. –¿Casa Ciriaco? –preguntó el del séquito por si tenía que estar al quite para otra metedura de pata. –Sí, hombre, Ciriaco, donde la bomba –continuó ya solo el monarca. –Si yo también soy un poco anarquista, como mi extinto amigo Prado y Colón de Carvajal. Fíjese si estoy agradecido a los anarquistas que si no hubiera sido por su mala puntería mi abuelo hubiera dejado de ser un putero y yo no tendría reservado un garito en el Panteón de Tenebrosos Ilustres de El Escorial.

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