[Opinión] El ghetto y la PAH
Imagen: Fotomovimiento
La siguiente reflexión probablemente
llega tarde para muchas que hace tiempo que tienen la sensibilidad
requerida para la época. Algunas, durante un largo período hemos
carecido de la capacidad para habitar un territorio, de captar la
inmanencia de los gestos que expresan la vida común. Los hechos más
simples que constituyen lo político, eran aplastados
continuamente por el ímpetu enfermizo de hacer política.
Paradójicamente, esta centralidad de la lógica militante se diluyó
cuando deje el – a priori – radical movimiento libertario de Barcelona, y
este fue sustituido por formar parte de algo supuestamente tan
reformista como la PAH. Unos pocos meses han bastado para clarificar lo
que se nublaba con cada asistencia a una asamblea preparatoria del 1 de
mayo.
El estancamiento y la decadencia que inunda el como hacer
de la mayoría de proyectos de esta ciudad no sé podrá obviar
eternamente. El ciego voluntarismo militante que se respira en una
reunión, la organización de los imprescindibles cenadores veganos, la
desmesurada cantidad de octavillas anunciando los siempre evidentes
males del capitalismo, las innumerables charlas y debates en la calle
para llegar a la supuesta gente, cada día lo tienen más difícil para
ocultar que son un proyecto agotado. La misma forma de proceder
independientemente si se afronta un caso de represión, un desalojo o una
campaña política, el imperecedero esquema se repite, una frustración
latente arraiga, una soledad lo envuelve todo.
Esta forma de entender lo político no es capaz de dar respuesta a las problemáticas más comunes de nuestra vida.
La misma tormentosa cuestión atraviesa
cualquiera de los debates, aquella que pregunta porque las más
castigadas por la crisis no vienen, y que en mi caso ha recibido una
sincera respuesta, como no podía ser de otra forma, cuándo he luchado
codo con codo con ellas.
Con una breve mirada a la composición de
los ateneos libertarios, los centros sociales y los “casals”
independentistas de Barcelona, podemos decir, siendo honestas, que la
mayoría de sus militantes son, o han sido, estudiantes universitarias.
Un problema ontológico nos revela la terrible dificultad que existe
entre formas de vida tan diferentes para encontrar nodos
comunes en la interpretación de sus deseos y necesidades. Es decir, nada
es capaz de expresar algo que no contiene en si mismo, y por lo tanto,
imposibilita que a su vez pueda conectar con la forma de vida a la cual apela. Una forma de vida,
como es la de la militancia barcelonesa, subjetivada como clase media –
en ningún momento estoy haciendo referencia a una repugnante categoría
sociológica que depende de la renta –, da respuesta formidablemente a
los intereses de los que la reproducen. El conjunto de actividades
lúdicas que se realizan continuamente, como las charlas, fiestas o los
disturbios ocasionales en las manifestaciones son un ejemplo.
Con esto me refiero a que esta forma de entender lo político
no es capaz de dar respuesta a las problemáticas más comunes de nuestra
vida. Cosas tan centrales como puede ser la vivienda, el trabajo o el
transporte. Más que nada se encarga de generar una identidad forjada a
partir de una ideología política, unos gustos musicales o el sentimiento
de culpa común, y como no podría ser de otra manera, da respuesta a
esto. Siendo honestas, podemos decir que esto no dista mucho de lo que
puede hacer cualquier grupo de hinchas del fútbol o banda de jóvenes
latinos, que también tienen sus propios locales, fiestas y conflictos
con la policía. Esta forma de relacionarse con el mundo, debido a su
escisión con la centralidad de la existencia, convierte la lucha en algo
accesorio y prescindible en cualquier momento de duda individual.
Llegado este momento de abandono, las más hábiles tendrán la posibilidad
de aprovechar el prestigio acumulado, dedicarse a escribir libros, dar
charlas y conceder entrevistas. Las que no posean esta ambición y
capacidad habrán tenido una atractiva juventud rebelde.
Esta superficial crítica a lo que llamamos el ghetto,
es al final un simple acto de humildad con una misma que coincide con
la siguiente reflexión hecha por Foucault: “Sin duda el objetivo
principal hoy en día no es el de descubrir, sino el de rechazar lo que
somos”. Sería un profundo ejercicio de sinceridad y como consecuencia
revolucionario – como toda manifestación de las verdades que habitan
nuestras vidas – ser capaces de reconocer que no estamos acertado en
nuestra perspectiva de entender lo político, y que además,
quizás son otros los que lo están haciendo. Es muy revelador ver como
los manteros, conocedores obviamente de su propia forma de vida,
son capaces de organizarse en un Sindicato Popular de Vendedores
Ambulantes. Abarcando prácticamente la totalidad de los vendedores
ambulantes africanos de la ciudad y siendo, al menos mediaticamente, uno
de los principales problemas del Ayuntamiento. No deja de ser menos
ilustrativo el caso de Las Kellys, que en breves tendrán más militantes
que toda la CNT. Resulta paradójico que los sectores más organizados
carezcan de militantes, y que estas sigan petrificadas en una grotesca
posición de radicalidad moral dónde se entiende ser revolucionaria como
un cuestión de principios y no de consecuencias.
Ahora bien, esta reflexión no pretende
ser la enésima crítica de la crítica a la dominación, pasando así a
formar parte de ese amplio abanico de posiciones que siempre tienen
razón pero nunca trascendencia. Es el resultado de formar parte de una
PAH más, entre todas las existentes en la geografía peninsular, y la
repercusión que ha tenido la experiencia acumulada allí. El mero hecho
de organizarse entorno a la resolución de problemáticas concretas, en
lugar de combatir un hostis indeterminable, añade la vertiente
empírica a la problemática epistemológica que poseen todas aquellas que
se creen que algún día serán capaces hacer un programa político leyendo
libros y opinando sobre luchas ajenas. Es imprescindible, o al menos
para aquellas que pretendan encender la llama de la insurrección, formar
parte de espacios como estos, múltiples, transversales y
contradictorios. Dejarse contaminar – en el mejor sentido de la palabra –
de este como hacer que más que tener grandes pretensiones
políticas tiene pequeñas verdades comunes, abandonar la pesada mochila
llena a rebosar de moral, discurso y prejuicios. Destituir la
subjetivación creada a partir de la acumulación de capital social que
implica la militancia – muy similar a la posee cualquier joven
emprendedor – y subjetivarse a partir de prácticas colectivas que pongan
la vida en el centro. Sentir la dosis de realidad que es llegar a una
asamblea y ver como toda tu propuesta política es arrollada por una
multitud de desahuciadas que hace años que llevan a la práctica una
lucha que releva al ostracismo todo lo que hemos proclamado hasta ahora.
Existe un proceso de aprendizaje e
incremento de potencia que solo se puede dar con una lucha cotidiana.
Esto se materializa en algo corpóreo, que se ve a simple vista en la
diferencia de tensión de los cuerpos entre las que intervienen en un
stop desahucios de la PAH y las que participan en cualquier
manifestación del ghetto durante el último año. Es la lógica
del conflicto, no te posicionas de la misma forma delante de la policía
cuando cada vez que se te ponen en frente te mantienes firme o te vas
corriendo. Por una parte se siente un incremento de potencia constante,
por el otro se respira frustración.
De todas formas, seria deshonesto no
mencionar que en algunas PAHs la situación es más compleja, ya que las
asambleas están controladas por burócratas – a sueldo de partidos
políticos o sus think tanks en algunos casos–. Allí la lucha
será mucho más ardua que en la mayoría de PAHs de l’Àrea Metropolitana.
En cualquier caso, es únicamente responsabilidad nuestra, de estar allí,
que las actuales pequeñas coacciones a directores de bancos para frenar
desahucios, las okupaciones de bloques del SAREB y el fundamentalismo
judicial se transformen en ataques coordinados a sucursales,
organización de autodefensas populares y huelgas de alquileres. La
cuestión es estar allí, en un momento en que por razones estructurales
cada vez son menos los casos de desahucio por impago de hipoteca y más
los casos por problemas con el precio del alquiler, el discurso
inevitablemente esta basculando hacia posiciones de ruptura.
Es imprescindible formar parte de espacios como estos, múltiples, transversales y contradictorios.
No te posicionas de la misma forma delante de la policía cuando cada vez que se te ponen en frente te mantienes firme o te vas corriendo.
El flujo de afectadas no se detiene y
semana tras semana asisten nuevos compañeros, el mito de llegar a la
gente se desvanece cuando te implicas en esta lucha, una comunidad en
construcción está en marcha. Escribía hace medio siglo un joven poeta
ruso: “Si yo hiciera la revolución los primeros en los que me apoyaría
serían esas personas entre las que caminábamos, los que eran como yo:
desclasados, criminales y maleantes. Establecería el cuartel central en
el barrio con mayor criminalidad, me relacionaría solo con gente
necesitada, eso era lo que pensaba”, quizás sea una consideración a
tener en cuenta en los próximos tiempos para las ensimismadas en hacer
política en los barrios turísticos y las universidades.
Nos hemos despertado tarde, pero sigue
existiendo una contingencia revolucionaria, solo depende de nuestra
sensibilidad y audacia que podamos abrir una brecha ardiente en esta
metrópolis helada.