Metadatos civiles y militares



COLUMNISTAS | ANTONIO PÉREZ
Ingresar a la Administración como espía es un excelente comienzo para quien aspire a la Presidencia de su país. Ejemplos: Andropov y Putin, desde la KGB; Al Sissi, desde los cuarteles secretos egipcios; Walesa como chivato chusquero en Polonia; Chaim Herzog en Israel, Carrero Blanco en España y no hablemos de Bush padre, a quien media hora siendo jefe de la CIA le bastó para fundar una dinastía presidencial. Incluso hay ejemplos del camino inverso: De Klerk fue jefe de los espías sudafricanos después de ser presidente. Es para volverse conspiranoico.
Ahora Snowden descubre la pólvora -que todos espían a todos- y Obama se pone tan nervioso que se le traba la lengua y, para excusarse con sus compis, en lugar de decir ‘expolio de mega-data’ dice metadatos delatando inconscientemente dónde está el problema del espionaje: en procesar megas de datos reduciéndolos a datos significativos o metadatos -un tedioso trabajo para becarios-.   
Claro está que el peer-en-botija-pa’-que-retumbe de Obama también puede ser la cortina de humo para que, obsesionados con el espionaje militar, nos olvidemos de otro espionaje no menos delictivo: el civil o comercial.
En este sentido, ¿quién ha oído hablar de Axciom Corporation? Pues Axciom es una empresa gringa –segunda en su ramo después de Epsilon- que procesa anualmente 50 billones de datos íntimos de 500 millones de consumidores, unas cantidades tan exorbitantes que permiten definir el objetivo de su espionaje como una suerte de “genoma del consumidor”. Axciom maneja un fichero con 1.500 indicadores por persona, desde el peso y su variación hasta el periódico que lee pasando por saber si es propietario de un gato y, por supuesto, su nivel de ingresos/gastos. En 2012, las ventas de esos metadatos ascendieron a 1.130 millones de dólares.
Por lo civil y por lo militar, ¡estamos perdidos!... No del todo. Un veinteañero, el bravo soldado Manning exportó 700.000 documentos secretos y otro joven, el informático subcontratado Snowden, un montón más. El Estado presume de ser un mecanismo exactísimo “de relojería”. Y lo es. Lo cual también significa que, como todo sistema compuesto por millones de piezas disímiles, si falla una sola, sobreviene el caos. Si unos veinteañeros son la mota de polvo que ha retrasado el reloj, esperamos que una polvareda pueda arruinarlo.

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