[Memòria] Davant la mort de José Luis García Rúa: Aquellos hombres, aquellas mujeres (I)
Imatge: J.L. García Rúa dirigint-se als assistents de l’Acampada Granada el 28 de maig del 2011
Aquest fred 6 de gener ens llevem amb la notícia de la mort de José Luis García Rúa, company de la CNT de Granada.
 Un històric de la confederació amb una àmplia biografia de lluita, 
primer a la clandestinitat i posteriorment des de la reestructuració de 
la CNT fins a l’actualitat.
El recordem, afable, en aquelles 
jornades llibertàries que vam organitzar l’any 1999 o 2000 a la ciutat 
de Girona entre els sindicats de la CNT de Figueres, La Bisbal d’Empordà
 i Olot. A la taula com a ponent i a la taula també sopant després de la
 xerrada i conversant amigablement amb tothom, compartint el seu 
coneixement immens de l’anarquisme i de la vida en general. Amb el seu 
caràcter això si.
De ben segur que altres amb més criteri 
que nosaltres escriuran sobre ell, per la nostra banda us deixem amb la 
primera part del seu últim article publicat originalment a la Revista Orto el passat 13 de desembre. Aquellos hombres, aquellas mujeres. 
“Luis está muy malo, querría verte”. Me 
planté en Málaga lo antes que pude, me dirigí al Carlos Haya y pregunté 
por él en información. Allí estaba, postrado en la cama, sus ojos 
siempre inquietos detrás de las gafas. “Cómo estás, Luis?”. “Ya puedes 
ver, compañero, cáncer. Pedí hablar contigo porque esto va rápido y 
quería comentarte algunas cosas y ver si yo podría salir de aquí. Es 
necesario que vaya a Francia. Un mes, sólo necesito un mes. Es muy 
importante para la Organización….”. Y me puso al corriente de 
situaciones de Málaga, de planes, de cosas en marcha. Hablé con el 
médico. No tendría fuerzas ni para levantarse; no le quedaba mucho 
tiempo respirando. “Ese compañero de usted es prodigioso: sabe, desde el
 mismo día que entró aquí, lo que tiene y no dejó de hablar ni un 
momento de sus ideas sociales. Con su humanidad, tiene un modo especial 
de convencer, sabe interesar y atraer al diálogo, siempre desde 
situaciones concretas y presentes, para buscar la generalización y la 
necesidad de compromiso. Ni siquiera en el propio quirófano dejó de 
hablar de la vida y de la muerte y de cómo hay que buscar el cambio 
radical de la marcha del mundo. Se ha metido a medio hospital en el 
bolsillo, y un buen número de sanitarios han pedido, por él, el ingreso 
en la CNT…”.
Esto ocurría en el año 78. No mucho 
tiempo después, otros compañeros me mandaban la fotografía de la tumba 
confederal de Luis Gallego. Juan Castillo, igualmente, malagueño, 
procedía también del exilio. Era paciente escuchando y tenía la voz 
enérgica, compaginaba muy bien la vida de familia y la de Organización. 
Siempre acudió donde se le llamaba, organizó por sí solo un potente 
sindicato de transportes, y él fue el que, en el VI Congreso, sacó a la 
CNT del atasco, después de aquella noche sin dormir, conocida 
confederalmente como “la noche de cuchillos largos”, en la que los 
reformistas de la segunda escisión querían forzar su trampa hasta hacer,
 a la fuerza, que la Organización tragase la aceptación de las 
elecciones sindicales. A las 10 de la mañana, Juan, con su potente voz, 
hizo la “proposición incidental” de aplazar la discusión sobre el tema a
 una segunda parte monográfica del Congreso, en el plazo de tres meses. 
Esta parte habría de realizarse en Torrejón de Ardoz, en abril de 1983. 
En ella, patente ya su trampa, los reformistas de la segunda escisión de
 la CNT posfranquista resultarían aplastantemente derrotados. Unos diez 
años más tarde, Juan fue diagnosticado de un tumor cerebral. Se le operó
 de forma que, sin curarle, se le privó definitivamente del habla, pero,
 de una manera que, al menos las primeras semanas, él no era, o parecía 
no querer ser consciente de ello. Pienso que fue una suerte para él que 
no durara mucho tiempo en vida. Oía y entendía y hablaba sin voz por más
 que él se esforzaba en hacer todos los movimientos fisiológicos para la
 fonación y modulación vocálica. Como la habitación del hospital no era 
privada y concurrían las visitas de familiares de varios enfermos, era 
de un patetismo punzante hablar con Juan, contarle cosas y verle 
“hablar” a él sin voz alguna, dirigiéndose a nosotros y a toda la 
concurrencia, acompañándose de gestos de la mano como si se estuviera 
dirigiendo a una asamblea….
Fueron varios, muchos los buenos 
compañeros “viejos” de aquella Málaga de los setenta-ochenta. Se me 
vienen, especialmente, a la memoria dos: Luis Porta porque fue generoso 
aportador de fondos para la Confederación y el que ideó y promovió el 
que yo pienso que fue el mejor llavero de la CNT, ese que, en el 
anverso, lleva la bandera rojinegra con nuestras siglas y las de nuestra
 Internacional, y en el reverso, en ligero relieve azul verdoso, el 
Guernika de Picasso. Con él, conservo también buena memoria de Miguel 
Ríos Monfrino, alias “Olaya”, aparte de por su buen hacer confederal, 
sobre todo porque supo ver, con mucha antelación, algo de lo que otros 
sólo fuimos conscientes transcurrido algún tiempo y sufridas amargas 
experiencias.
   
   
Imatge: J.L. García Rúa amb Agustín García Calvo a la CNT de Granada l’any 1984
En diciembre de 1995, el VIII Congreso 
confederal en Granada decidió, tras duro debate, suprimir los sindicatos
 de jubilados y que éstos pasasen a integrarse en sus respectivos 
sindicatos de ramo, y Olaya, miembro del sindicato de jubilados de 
Málaga, decidió, por ello, dejar, físicamente, la CNT. Muchos, que 
defendimos la persistencia de los sindicatos de jubilados, hicimos 
entonces tal defensa con la argumentación, por otro lado perfectamente 
correcta, de que los jubilados tienen problemas específicos como tales 
que requieren un sindicato para su defensa, pero Olaya veía más allá: 
para él, se trataba, solapadamente, de un ataque directo a los que otros
 tenían por defensores incondicionales de las esencias tradicionales del
 anarcosindicalismo. En el decurso posterior de la Confederación, y por 
parte de algunos portadores del carnet confederal, se fueron dando 
propuestas semejantes, buscadoras del mismo o parecido fin que fueron 
averando y avalando como razonable, no su decisión de abandono, pero sí 
la prematura y certera visión de Olaya….
Por toda Andalucía fui conociendo un 
reguero de hombres y mujeres admirables, gentes tan de otra época, si la
 referencia es el presente, que casi podrían decirse de otra galaxia. Es
 casi obsceno citar nombres concretos porque siempre serán legión los 
injustamente innominados. No obstante, y para que no parezca que estamos
 hablando de entes abstractos, puramente imaginados, sí se hace 
necesaria la mención concreta, aunque con la salvedad previamente 
expresada…Es así como me vienen a la cabeza Antonio de Bujalance, Juan 
de Párraga y Lozano de Córdoba, Andrés García de Fernán Nuñez, Ildefonso
 de Jaén, Ángel González de La Línea, José Castro Bartuf de Sevilla, 
entre tantos otros, como el inolvidable León, librero de viejo y 
expositor magnifico de las ideas ácratas; Miguel Biurrun y el entrañable
 Juan López, de Cádiz. Y, con ellos, el a ratos pintoresco, a ratos 
patético y siempre admirable Manolo Rodríguez,”el Santero”, de Sanlúcar.
 Este quizá merezca un comentario aparte por lo que su caso pudiera 
servir de enseñanza para clarificar el análisis en circunstancias 
parecidas. Tenía Manolo unas tierras, llegadas a él por familia, que 
trabajaba de forma autónoma y con una dedicación exquisita, y era para 
él motivo de orgullo enseñárselas a los amigos cuidadas, limpias, 
productivas. En cuanto pudo y siguiendo, dentro de las circunstancias, 
la enseñanza confederal de las colectivizaciones, montó, a nivel local, 
una cooperativa de consumo que permitía asegurar al pequeño campesinado 
autónomo la colocación de sus productos, hurtándose a la codicia de la 
especulación comercial y beneficiando, a la vez, al pueblo consumidor. A
 mí me trasmitió, en repetidas ocasiones, su idea: extender esa forma de
 actuación cooperativa a nivel nacional, organizando a todo el 
campesinado confederal y los autónomos que quisieran sumarse, 
adquiriendo una suficiente flota de camiones y utilizando la estructura 
de la CNT como canal de distribución. Todo el pueblo confederal 
dispondría, de esta manera, directamente, de una cooperativa de consumo,
 con los precios considerablemente rebajados respecto del comercio 
común, y con posibilidad de trasmitir, también directamente, cualquier 
tipo de queja o sugestión a los productores.. Era su gran idea, su 
acariciado sueño. Manolo, activo hasta el final, cayó enfermo de una 
dolencia cardiaca que le retuvo en cama. Supe de ello y viajé a Sanlúcar
 a verlo. No me fue posible: su mujer me dijo que estaba durmiendo, que 
no convenía inquietarle…De nada me sirvió decirle que mi visita tenía la
 intención justamente contraria a la de inquietarle y sí más bien la de 
llevarle tranquilidad…En fin, vuelta al macho y rápido a Granada. 
Compañeros de allí, de Sanlúcar, que habían tenido más suerte, me 
comunicaron que Manolo quería verme, y volví a hacer el viaje esa vez y 
otra más. Mismo resultado siempre: la mujer erre que erre con lo de 
“ponerle nervioso”. No mucho más tarde supe de su muerte y siempre tuve 
la convicción moral de que Manolo había muerto más intranquilo y más a 
disgusto, precisamente por no haberme podido comunicar lo que quería, y,
 lo peor, creyendo, quizá, que yo no había querido ir a verlo.
Si antes dije que el caso del “Santero” 
pudiera, quizá, ilustrar el caso de compañeros en situaciones, de algún 
modo, similares, lo hice refiriéndome, en general, al rol de la 
mujer-compañera de compañero. Por motivos que la propia sociedad actual 
impone, aquélla suele cumplir el papel conservador de, en su intención, 
tratar de salvar para la familia lo que el proceder de su compañero está
 poniendo, constantemente, en riesgo. En determinados límites, ello 
puede resultar beneficioso hasta para el propio compañero. Pero, con 
suma facilidad y frecuencia, esos límites son transgredidos por 
compañeras de compañeros, de forma que éstos, también con suma 
frecuencia, resultan muy moralmente afectados de tales comportamientos.
Imatge: Jesús Lizano i José Luis García Rúa a l’Ateneu de Madrid
Esto me trae a la memoria el caso de 
“Torrente”. Era éste un “viejo” que, en los años setenta ya rebasaba los
 setenta de su propia edad, y le llamábamos “Torrente” porque, en 
nuestras asambleas extra locales, nos anunciamos para el uso de la 
palabra nombrando la localidad a la que pertenecemos, y él era de 
Torrente. Era un “viejo” maravilloso que iba, andando, con su cachaba y 
un bocadillo en la bolsa, a los lugares más lejanos donde algo 
confederal le convocaba. Era muy grato oír su voz en la asamblea: 
“¡Aquí, Torrente!”. Estaba en edad más bien de ser cuidado y llevaba 
bastante tiempo emparejado con una mujer bastante más joven que él, la 
cual, cansada de las andanzas confederales de su compañero, le dijo un 
día, conminativamente: “Fulano, (nunca supe su nombre de pila) estoy 
hasta los mismísimos. O la CNT o yo”. La cosa del mayor no debió de 
haber sido fácil, a pesar de lo cual. “Torrente” lo tuvo instantánea y 
meridianamente claro: Siguió con la cachaba, el bocadillo y el camino, 
camino de algún encuentro de confederados. La biología no perdona: 
virus, bacterias, cánceres, degeneraciones celulares, necrosis…están ahí
 para algo. Pasada la mitad de los ochenta ya no se oía su voz en las 
asambleas. Pero tampoco fue a pedir árnica a aquella acompañante que le 
había puesto en la disyuntiva…Seguramente se lo tragó alguno de sus 
familiares caminos…
Entre compañeras de compañeros hubo y 
hay de todo. En el polo opuesto al de la compañera de “Torrente”, 
recuerdo, por ejemplo, a Amparo, la compañera del gran confederal José 
María Martínez, el precursor de la idea de “alianza revolucionaria” que 
él pondría en práctica en “el 34 asturiano” y que la Organización 
culminaría en el Congreso de Zaragoza del año 36. Entre los años sesenta
 y setenta, tuvimos algún encuentro confederal semiclandestino en casa 
de Armonía, hija de José María, en presencia de su madre que vivía con 
ella, y, en una ocasión, habiendo terciado el tema de la solidaridad y 
las dificultades económicas, Amparo nos contaba que, un cierto día de 
los tantos lluviosos que se dan en Gijón, José María Martínez se había 
presentado en casa de alpargatas, recién salido de la cárcel de El Coto,
 de la que era frecuentísimo pupilo. Tras la pequeña y cariñosa riña por
 aquella forma de calzado, Amparo hurgó rápida en sus escasos y 
trabajados ahorrillos y salió disparada a comprarle unas botas a su 
compañero, pues, en la casa, no había ninguna clase de calzado 
supletorio. La tarde siguió lluviosa y José María se fue con sus botas 
flamantes a la Casa del Pueblo, de donde volvió, ya bien entrada la 
noche, pero otra vez de alpargatas. La riña ahora ya fue un poco más 
subida de tono, casi bronca. José María le puso la mano en el hombro a 
su compañera, tratando de calmarla, y, como queriendo hacerse perdonar, 
le dijo tranquilo: “Otro las necesitaba más que yo”.
De la Asturias libertaria viénenme 
también al recuerdo, por haber tratado más con ellos, otros nombres de 
esos esforzados “mayores”: Francisco Carmena era andaluz, de Posadas de 
Córdoba, había recibido varios balazos de la Guardia Civil en un paso 
clandestino de los Pirineos y, después, había sido cogido prisionero. A 
Gijón había venido con la reindustrialización asturiana de finales de 
los años cincuenta. Yo lo conocí con motivo de una escuela obrera y un 
centro cultural que habíamos promovido en Gijón y que jugaron un papel 
de primer orden en los movimientos huelguísticos y sociales de la 
Asturias de los sesenta y setenta. Había actuado en clandestinidad, pero
 a mí no se me averó como confederal hasta la muerte del dictador. Fue 
siempre consecuente con los principios libertarios y, desde el año 80, 
luchó con denuedo contra los reformistas que rompieron la Organización y
 que hoy constituyen la CGT. Fue también un entusiasta de la poesía, en 
la que suplía su carencia de conocimientos normativos con la frescura de
 una voz sincera y limpia… Pelayo Cifuentes, había sido tesorero de la 
Regional de Asturias, León y Palencia antes del levantamiento militar 
del 36 y, en ese cargo, contaba cosas muy chuscas, como que, en los 
viajes orgánicos que se hacían y en los que él participaba, él y algún 
otro urgían la rapidez en el viaje de vuelta, para cumplir el regreso 
antes de la hora de la cena y ahorrarle así unos dineros a la 
Organización, mientras que algún otro cargo de mayores atribuciones 
estaba por lo contrario. Conoció a Durruti y estuvo, junto con éste, en 
Trobajo del Camino (León), en el velatorio del padre del confederal 
leonés, quien, en tal circunstancia, le contó cómo, durante un atraco a 
un banco en Buenos Aires, un guardia montado a caballo irrumpió 
súbitamente en el banco esgrimiendo una pistola, y cómo el desenlace 
mortal que tuvo aquella comprometida situación no pudo ser de otra 
manera. También actuó en clandestinidad y se vino, después de la 
“transición”, bastante abajo cuando murió su mujer, una menuda y 
entrañable criatura que le había acompañado toda su larga y peligrosa 
vida, sin haber pasado ni haber pretendido pasar por ninguna iglesia ni 
por oficina administrativa ninguna en busca de “papeles”.
“Llamaron a la puerta, vete a abrir. 
Debe de ser Quilo porque ya huele a ajo desde aquí”. En efecto, era 
Quilo, Aquilino Moral, viejo confederal “seleccionado” de la Duro 
Felguera por aquella huelga de siete meses, la “huelgona”, de la Duro 
que también había dejado “seleccionado” a José María Martínez. Como 
tantos viejos confederales, era un vegetariano convencido y fiel al ajo 
desde joven. Para mí, que inicié la lucha clandestina a finales del 58 y
 por una vía independiente y plataformista, Quilo fue el primer contacto
 confederal organizativo que tuve. Venía a mí con una simbólica tarjeta 
de presentación indiscutible: había sido compañero y correligionario de 
mi padre. Ambos eran confederales y, los dos, seguidores de la izquierda
 comunista de Andrés Nin. Fueron marxistas convencidos en la 
Confederación, y ellos fueron los fundadores, el año 35, del POUM 
(Partido Obrero de Unificación Marxista) asturiano. Se les tuvo 
falsamente por trotskistas. Trotski fue contrario a la creación del 
POUM, como se refleja en la polémica que, sobre el tema, mantuvo con 
Andrés Nin. Trotski proclamaba la necesidad primaria del Partido por 
encima de todo. Yo, que cumplí los trece años en 1936, un mes antes de 
que mataran a mi padre en el monte Naranco durante el primer ataque a 
Oviedo, siempre le oí decir en conversaciones con correligionarios: 
“primero, el Sindicato, luego, el Partido”. Quizá por eso y por su lucha
 efectiva y permanente, los compañeros confederales le nombraron a él, 
Emilio García, junto con Segundo Blanco, delegado de los sindicatos 
cenetistas de la Construcción de Asturias a los Congresos de Madrid, en 
el 31, y de Zaragoza, en el 36. Quilo, después de haber cumplido la pena
 de prisión asignada tras octubre del 37, fue permanentemente activo en 
la lucha confederal clandestina, lo que no le impedía mantener contactos
 epistolares con el POUM en el exterior, para el que escribía en La 
Batalla, editada en París, con el seudónimo de “Mario”. Aquilino Moral 
me proveía de propaganda de la CNT y canalizaba algún escrito mío que 
los órganos clandestinos confederales difundían, y ésta fue la vía por 
la que yo me adherí orgánicamente a la Confederación.
Del ámbito minero procedía otro gran 
confederal, José Manuel Cabricano, alias “El Barracu”, compañero íntimo 
de clandestinidad con Quilo. Había participado también en la revolución 
de octubre del 34, y me contaba que los socialistas, tras el desembarco 
del “Turquesa” en San Esteban de Pravia, y, en procedencia clandestina, 
también tras los alijos que se hacían desde la fábrica de armas de La 
Vega, en Oviedo, disponían de numerosas armas largas, mientras que, en 
el terreno confederal, no dejaban de abundar las pistolas y escopetas, 
pero apenas algún máuser, mosquetón o tercerola. De estos últimos 
llegaron al campo confederal y en cantidades determinadas, siempre 
escasas, a partir de donaciones secretas de socialistas que simpatizaban
 con el ideal libertario y, en bastantes ocasiones, tras la compra de 
ellas, también secreta, a socialistas de pocos escrúpulos. Tanto Quilo 
como Cabricano fueron, en el 34, primeros actores de la implantación del
 comunismo libertario en La Felguera. En clandestinidad, mantuvieron una
 línea estricta de no colaboración política y se enfrentaron 
tajantemente a aquellos que, desde el campo confederal (en términos 
nominativos), se encuadraban como “enlaces” y cargos sindicales de la 
CNS, el Sindicato Vertical franquista. Este era el motivo de su querella
 permanente con “El Pipu”, un felguerino que, en la prensa del Régimen, 
alardeaba de anarquista y de tener pistola. Era éste un afín a “Frente 
Libertario”, el grupo exterior que, en 1945, se había separado de la 
mayoría, en la que se encuadraban Esgleas y Montseny. Ese grupo que, 
sólo orgánicamente, se había “unificado” con el otro mayoritario, en el 
61, fue siempre partidario de la permeabilización del Vertical, y sus 
ocultos dirigentes mantuvieron, más o menos esporádicamente, un tanteo 
de negociación con los gerifaltes “verticales” que culminó en el pacto 
“cincopuntista” de 1965. A propósito de esto, pienso que hay una cosa 
que aclarar. Leí, no hace mucho, un buen artículo en nuestra prensa 
confederal (creo que en “la Soli” o acaso en “Orto”) sobre la forma 
organizativa de la lucha clandestina libertaria en ciertas etapas del 
franquismo, y se aludía en él al “cincopuntismo” para aclarar que, 
expresamente para la preparación interna de ese pacto, había venido de 
Paris un destacadísimo miembro de “Frente Libertario” y que la 
delegación asturiana había votado contra el pacto. Pues bien, esto no es
 del todo verdad. Cabricano y Aquilino Moral me contaron, con pruebas, 
la realidad de lo sucedido. En efecto, los delegados asturianos llevaban
 el mandato imperativo de votar en contra, y en la primera votación se 
rechazó, precisamente por ese voto en contra, el pacto cincopuntista. 
Entonces, el destacado miembro de “Frente Libertario”, venido de París, 
pidió un receso y hablar en privado con los delegados asturianos para 
convencerles de que simplemente con su abstención ya salía el pacto 
adelante, y que ello no significaba para ellos votar a favor. Duró mucho
 tiempo el parlamento y mucho el rechinar de dientes. A los delegados 
asturianos les llevaban los demonios. Se les pedía una de las cosas más 
graves que se puede pedir a un confederal, traicionar un mandato de la 
Organización. Se les dijo que la situación era extraordinaria y que el 
enfrentamiento interior sería nefasto para la existencia de la 
Confederación… Se les puso delante la “buena fe”, la “confederalidad 
probada” y la “historia” del que intercedía… Con una “terrible mala 
conciencia” accedieron a la abstención y el “cincopuntismo” salió 
adelante. A Quilo y a Cabricano todavía se les humedecían los ojos al 
hacerme este relato y mostrarme sus papeles.
En mis pasos y estancias en Madrid tuve 
trato con una gente mayor maravillosa. La CNT se les había metido dentro
 desde chavales y nadie consiguió sacársela de las entrañas por más 
calamidades y jugarretas que la vida les deparó. Ni mi memoria ni el 
espacio de que dispongo alcanzarían a hacer justicia a todos con los que
 conviví: los innominados y animosos viejos confederales que orientaban 
los sindicatos de Químicas y del Metal, la sencillez paisana de Mauricio
 de Moratalaz, hacendoso siempre, prudente y callado hasta que, en algún
 momento, alguna interna tropelía anticonfederal le hacía salir 
repentinamente toda la sonora energía que su larga experiencia 
confederal mantenía oculta en él. Los “viejos” del sindicato de 
jubilados, siempre con alguna tarea útil a la Organización, siempre 
prestos a recordar circunstancias de la historia confederal que 
sirvieran para sacar de algún atolladero a militantes con menos 
experiencia de lucha libertaria. Entre ellos, un nombre incompleto, Pepe
 “el Sordo”, procedente de Motril, con experiencia de guerra y 
organización de retaguardia, sencillo y abierto pero muy firme en sus 
convicciones, humano, alegre y conversador, gustaba de invitar a 
torreznos en un local de la calle Goya…
   
   
Imatge: José Luis García Rúa, 1 de Maig del 2013 a Granada
Con Fidel Gorrón tuve trato personal y 
orgánico también por ser él, entonces, Secretario General de la AIT. 
Militaba en el sindicato de la Construcción y había tenido una 
experiencia de clandestinidad, en la que, seguramente, no marchó siempre
 con pie igual, cosa, por otro lado, nada extraña, pues no siempre es 
fácil evitar algún desliz cuando se quiere jugar, de buena fe, un papel 
de intermediación que facilita una proclividad más o menos acusada a la 
ambigüedad. Esto, pienso, es lo que le sucedió a su actuación en el 
“Congreso” de Lyon de 1961, cuando forzó la unión morganática de los dos
 sectores exteriores separados desde 1945. Y pienso que todavía algo 
parecido cruzó por su cabeza cuando, en un Pleno Nacional de Regionales 
en 1987, estando la Organización en pleno litigio con los escindidos por
 la usurpación de las siglas, él, en su intervención, afirmó que había 
dos CNTs, lo que hizo que el Pleno en pleno se le echara encima. El mal 
sabor de boca que esto había dejado, fue, sin duda, causa de que, en el 
Congreso de la AIT de 1988, en Burdeos, en el que dimitía como 
Secretario General, se le tratara con un despego manifiesto, quizá 
desproporcionado con su desliz, que, ciertamente, había sido grave. 
Finalizando el 89 o quizá en principios del 90, alguien me habló de que 
Fidel estaba enfermo, y me pidió que fuera a visitarle a casa, cosa que 
hice. Tenía el pecho, de arriba abajo, literalmente mal cosido con 
grapas. Yo le hablé con afabilidad, pero su rostro estaba marcado por 
una profunda tristeza y amargura.
Pedro Barrios es otro de aquellos 
confederales madrileños de las generaciones anteriores que me ilustraron
 con su trato y me enriquecieron con sus experiencias, propuestas y 
acciones. En los momentos más convulsos de la Organización, supo 
contarse entre los que constituyeron un dique inexpugnable frente a las 
embestidas que el reformismo escisionista, con el apoyo oficial del 
ucedismo, primero, del socialismo gobernante, después, y de los medios 
de ofuscación de masas, siempre, lanzó, a lo largo de todos los años 
ochenta, contra las estructuras y principios confederales. Tuvo una 
actividad decisoria en la clandestinidad del último tercio del 
franquismo, junto con Juan Gómez Casas, y de esto me excuso de hablar 
porque está sobradamente bien descrito en los libros y trabajos de este 
último. Juan Gómez Casas fue, para mí, sin duda, el hombre de la 
Confederación con quien yo más congenié en ideas, pero sobre todo en la 
sensibilidad interna de valoración de las ideas, las personas y las 
cosas. La CNT restaurada de la “transición” es impensable sin él. Si, 
como es realidad, ciertos hombres y mujeres fueron salvadores de los 
principios confederales en el exilio exterior, Juan cumplió el mismo 
papel para la renaciente CNT de toda España. Su acción física, 
intelectual y moral fueron fundamentales y básicas en la constitución de
 ese valladar tras del cual la CNT se reencontró consigo misma. 
Profundamente enamorado de Mari, su mujer, y adorador de su hija, 
constituían una familia envidiable. Yo mantuve con él una comunicación 
casi constante y dormí muchas veces en su casa de Aluche (Illescas, 90).
 Recuerdo la angustia que sufrí cuando, en alguna asamblea confederal, 
creí advertir en él los efectos de alguna incipiente y terrible 
enfermedad. El mismo, consciente de la amenaza, ya incipientemente, 
física del Alzeimer rechazó razonadamente todos los cargos orgánicos 
para los que fue, últimamente, propuesto. De no haber sido por la 
enfermedad, él habría sido el primer Director de la Fundación Anselmo 
Lorenzo, como había sido el primer Secretario General de la CNT 
restaurada. El último abrazo que le di, a él y a Mari, fue en el Ateneo 
de Madrid. Lo demás lo fui sabiendo por otros.
Francisco San Gil, “el Chato”, “el 
Chatillo”, fue otro de aquellos cenetistas madrileños que me llenaron de
 cariño, de saber y de seguridad en el Foro de entonces. Faísta de 
siempre, fue, desde mozo, un hombre de acción. Ya en plena guerra, fue, a
 los diecisiete años, los ojos y los oídos de la Confederación ante el 
general Rojo, de quien constituía una especie de ayudante. Desde 
entonces ya, y en adelante, conoció siempre todos los entresijos de la 
Organización y dondequiera era menester una acción enérgica en defensa 
de la Confederación, allí estaba él. María, su querida gallega, veía por
 sus ojos, y, en el barrio del Lavapiés donde vivía (calle Doctor 
Fourquet) era un referente tan vivo y cotidiano que me imagino que, 
cuando murió, todo el barrio debió de haber sentido que algo muy suyo le
 faltaba. Así ocurrió también en la Organización madrileña y en mí, 
especialmente.
Otra gran figura de la Confederación 
madrileña de entonces fue Abrahám Guillen, y lo recuerdo, no solo por la
 valiosa aportación analítica que allegó al campo libertario, sino 
también por un cierto especial dramatismo de su muerte. Abrahám había 
sido comisario de la 14 División y del IV Cuerpo de Ejército en la 
Guerra Civil (creo que con Cipriano Mera) y formó, durante el 
franquismo, parte del IV Comité Nacional clandestino de la CNT, a ratos 
con el nombre de guerra de José Moratilla. Tras pasar por las consabidas
 cárceles, escapó a Latinoamérica (Colombia, Argentina, Uruguay, 
Venezuela…) donde tuvo una intensa actividad, al margen del circuito 
libertario, como investigador y analítico político-social y como 
revolucionario práctico. Por lo primero y sin llegar a ser nunca 
marxista, tuvo en cuenta, junto a otras, las aportaciones de Marx a la 
investigación anticapitalista del campo económico. El reflejo de ello en
 el lenguaje le hizo motivo de prevención en el ámbito confederal. A mí 
se me acercó en el Comité Nacional en 1987, y yo creo haberle servido de
 pasadizo de entrada al campo de la Confederación. Estoy convencido de 
que, con ello, se recuperó para el campo libertario una notable 
aportación teórica de la que se estaba necesitado. Como revolucionario 
práctico, fue el fundador del grupo de los Tupamaros, en Uruguay, y el 
creador de la novedosa estrategia de la guerrilla urbana. Como estratega
 teórico, en este campo, sus aportaciones le ponen por encima del 
indochino general Giap y del propio Ernesto Che Guevara. El cáncer lo 
pilló en los noventa del siglo y tuvo un viacrucis de operaciones. 
Coincidiendo en Madrid con Iñaqui, de Bilbao, y otros compañeros, fuimos
 a verle a su casa, en aquella bajada al Lavapiés (Olivar, 4). Su mujer,
 Mari también, su compañera de andanzas y fatigas, nos condujo a su 
cuarto. Allí estaba echado, delgado, frente amplia y blanca y los ojos, 
vivos todavía. “Compañeros, me llegó la hora, las espicho…”. No hablamos
 largo rato, le invadía la fatiga. A punto de despedirnos, nos pidió 
“dadme un beso”. Todos le besamos en la frente. Ya en trance de 
retirarnos, hizo ademán de levantar un poco su mano, nos fue mirando a 
todos y nos dijo, con una voz que quería ser un grito y era ya sólo un 
susurro: “No olvidéis la revolución”… Con el Exterior tuve un contacto 
bastante tardío. A comienzos de los años setenta, empezaron a tomar 
contacto con nosotros, que éramos el grupo más joven adherido a la 
Organización clandestina asturiana en los sesenta, representantes de los
 dos sectores del Exterior separados en 1945 y morganáticamente 
reunificados en el 61. A los dos les contestamos que ignorábamos con 
exactitud los motivos de la escisión, y que, en esas circunstancias, no 
podíamos decantarnos por ninguno. Añadíamos que la CNT era un gran río y
 que los grupos auténticamente confederales tenían que terminar 
confluyendo en él. De “Frente Libertario”, nos visitaba más abiertamente
 Sión, de La Felguera, quien, como persona, me pareció siempre un hombre
 excelente, y del sector de Toulouse, mayoritario, lo hizo, en una 
recóndita montaña de la Cuenca Minera, Antonio Navarro, “el Zapatero”, 
de Hospitalet de Llobregat, con quien, más tarde, en la época ya de la 
“transición” tendría un contacto más frecuente y regular, no sólo 
orgánico sino de amistad…
En el año 76, las cosas, respecto a la 
confederalidad de cada uno, se fueron poniendo cada vez más claras para 
aquellos que habíamos accedido a la vida interna de la CNT en los 
sesenta. Quién era un revolucionario y quién un puro reformista no 
ofrecía ya ninguna duda. Contactos directos con el Exterior los tuve ya 
desde1977, año en el que participé, en abril, en el mitin de la 
Mutualité de París, en festejo del renacimiento de la CNT en España y su
 contacto con el exilio, y, en julio de ese año, en Toulouse, en 
conmemoración de la Revolución española (19 de julio). Y, en esos 
contactos, empecé a conocer la valía de aquellas gentes que habían 
luchado en el maquis, sufrido los campos y la represión nazis o militado
 en la lucha subterránea por el movimiento vivo de la Organización, 
vidas enteras que, dedicadas a ello, apenas si habían dejado un 
resquicio de vida privada a sus militantes.
Continúa…