[Memòria] Davant la mort de José Luis García Rúa: Aquellos hombres, aquellas mujeres (I)
Imatge: J.L. García Rúa dirigint-se als assistents de l’Acampada Granada el 28 de maig del 2011
Aquest fred 6 de gener ens llevem amb la notícia de la mort de José Luis García Rúa, company de la CNT de Granada.
Un històric de la confederació amb una àmplia biografia de lluita,
primer a la clandestinitat i posteriorment des de la reestructuració de
la CNT fins a l’actualitat.
El recordem, afable, en aquelles
jornades llibertàries que vam organitzar l’any 1999 o 2000 a la ciutat
de Girona entre els sindicats de la CNT de Figueres, La Bisbal d’Empordà
i Olot. A la taula com a ponent i a la taula també sopant després de la
xerrada i conversant amigablement amb tothom, compartint el seu
coneixement immens de l’anarquisme i de la vida en general. Amb el seu
caràcter això si.
De ben segur que altres amb més criteri
que nosaltres escriuran sobre ell, per la nostra banda us deixem amb la
primera part del seu últim article publicat originalment a la Revista Orto el passat 13 de desembre. Aquellos hombres, aquellas mujeres.
“Luis está muy malo, querría verte”. Me
planté en Málaga lo antes que pude, me dirigí al Carlos Haya y pregunté
por él en información. Allí estaba, postrado en la cama, sus ojos
siempre inquietos detrás de las gafas. “Cómo estás, Luis?”. “Ya puedes
ver, compañero, cáncer. Pedí hablar contigo porque esto va rápido y
quería comentarte algunas cosas y ver si yo podría salir de aquí. Es
necesario que vaya a Francia. Un mes, sólo necesito un mes. Es muy
importante para la Organización….”. Y me puso al corriente de
situaciones de Málaga, de planes, de cosas en marcha. Hablé con el
médico. No tendría fuerzas ni para levantarse; no le quedaba mucho
tiempo respirando. “Ese compañero de usted es prodigioso: sabe, desde el
mismo día que entró aquí, lo que tiene y no dejó de hablar ni un
momento de sus ideas sociales. Con su humanidad, tiene un modo especial
de convencer, sabe interesar y atraer al diálogo, siempre desde
situaciones concretas y presentes, para buscar la generalización y la
necesidad de compromiso. Ni siquiera en el propio quirófano dejó de
hablar de la vida y de la muerte y de cómo hay que buscar el cambio
radical de la marcha del mundo. Se ha metido a medio hospital en el
bolsillo, y un buen número de sanitarios han pedido, por él, el ingreso
en la CNT…”.
Esto ocurría en el año 78. No mucho
tiempo después, otros compañeros me mandaban la fotografía de la tumba
confederal de Luis Gallego. Juan Castillo, igualmente, malagueño,
procedía también del exilio. Era paciente escuchando y tenía la voz
enérgica, compaginaba muy bien la vida de familia y la de Organización.
Siempre acudió donde se le llamaba, organizó por sí solo un potente
sindicato de transportes, y él fue el que, en el VI Congreso, sacó a la
CNT del atasco, después de aquella noche sin dormir, conocida
confederalmente como “la noche de cuchillos largos”, en la que los
reformistas de la segunda escisión querían forzar su trampa hasta hacer,
a la fuerza, que la Organización tragase la aceptación de las
elecciones sindicales. A las 10 de la mañana, Juan, con su potente voz,
hizo la “proposición incidental” de aplazar la discusión sobre el tema a
una segunda parte monográfica del Congreso, en el plazo de tres meses.
Esta parte habría de realizarse en Torrejón de Ardoz, en abril de 1983.
En ella, patente ya su trampa, los reformistas de la segunda escisión de
la CNT posfranquista resultarían aplastantemente derrotados. Unos diez
años más tarde, Juan fue diagnosticado de un tumor cerebral. Se le operó
de forma que, sin curarle, se le privó definitivamente del habla, pero,
de una manera que, al menos las primeras semanas, él no era, o parecía
no querer ser consciente de ello. Pienso que fue una suerte para él que
no durara mucho tiempo en vida. Oía y entendía y hablaba sin voz por más
que él se esforzaba en hacer todos los movimientos fisiológicos para la
fonación y modulación vocálica. Como la habitación del hospital no era
privada y concurrían las visitas de familiares de varios enfermos, era
de un patetismo punzante hablar con Juan, contarle cosas y verle
“hablar” a él sin voz alguna, dirigiéndose a nosotros y a toda la
concurrencia, acompañándose de gestos de la mano como si se estuviera
dirigiendo a una asamblea….
Fueron varios, muchos los buenos
compañeros “viejos” de aquella Málaga de los setenta-ochenta. Se me
vienen, especialmente, a la memoria dos: Luis Porta porque fue generoso
aportador de fondos para la Confederación y el que ideó y promovió el
que yo pienso que fue el mejor llavero de la CNT, ese que, en el
anverso, lleva la bandera rojinegra con nuestras siglas y las de nuestra
Internacional, y en el reverso, en ligero relieve azul verdoso, el
Guernika de Picasso. Con él, conservo también buena memoria de Miguel
Ríos Monfrino, alias “Olaya”, aparte de por su buen hacer confederal,
sobre todo porque supo ver, con mucha antelación, algo de lo que otros
sólo fuimos conscientes transcurrido algún tiempo y sufridas amargas
experiencias.

Imatge: J.L. García Rúa amb Agustín García Calvo a la CNT de Granada l’any 1984
En diciembre de 1995, el VIII Congreso
confederal en Granada decidió, tras duro debate, suprimir los sindicatos
de jubilados y que éstos pasasen a integrarse en sus respectivos
sindicatos de ramo, y Olaya, miembro del sindicato de jubilados de
Málaga, decidió, por ello, dejar, físicamente, la CNT. Muchos, que
defendimos la persistencia de los sindicatos de jubilados, hicimos
entonces tal defensa con la argumentación, por otro lado perfectamente
correcta, de que los jubilados tienen problemas específicos como tales
que requieren un sindicato para su defensa, pero Olaya veía más allá:
para él, se trataba, solapadamente, de un ataque directo a los que otros
tenían por defensores incondicionales de las esencias tradicionales del
anarcosindicalismo. En el decurso posterior de la Confederación, y por
parte de algunos portadores del carnet confederal, se fueron dando
propuestas semejantes, buscadoras del mismo o parecido fin que fueron
averando y avalando como razonable, no su decisión de abandono, pero sí
la prematura y certera visión de Olaya….
Por toda Andalucía fui conociendo un
reguero de hombres y mujeres admirables, gentes tan de otra época, si la
referencia es el presente, que casi podrían decirse de otra galaxia. Es
casi obsceno citar nombres concretos porque siempre serán legión los
injustamente innominados. No obstante, y para que no parezca que estamos
hablando de entes abstractos, puramente imaginados, sí se hace
necesaria la mención concreta, aunque con la salvedad previamente
expresada…Es así como me vienen a la cabeza Antonio de Bujalance, Juan
de Párraga y Lozano de Córdoba, Andrés García de Fernán Nuñez, Ildefonso
de Jaén, Ángel González de La Línea, José Castro Bartuf de Sevilla,
entre tantos otros, como el inolvidable León, librero de viejo y
expositor magnifico de las ideas ácratas; Miguel Biurrun y el entrañable
Juan López, de Cádiz. Y, con ellos, el a ratos pintoresco, a ratos
patético y siempre admirable Manolo Rodríguez,”el Santero”, de Sanlúcar.
Este quizá merezca un comentario aparte por lo que su caso pudiera
servir de enseñanza para clarificar el análisis en circunstancias
parecidas. Tenía Manolo unas tierras, llegadas a él por familia, que
trabajaba de forma autónoma y con una dedicación exquisita, y era para
él motivo de orgullo enseñárselas a los amigos cuidadas, limpias,
productivas. En cuanto pudo y siguiendo, dentro de las circunstancias,
la enseñanza confederal de las colectivizaciones, montó, a nivel local,
una cooperativa de consumo que permitía asegurar al pequeño campesinado
autónomo la colocación de sus productos, hurtándose a la codicia de la
especulación comercial y beneficiando, a la vez, al pueblo consumidor. A
mí me trasmitió, en repetidas ocasiones, su idea: extender esa forma de
actuación cooperativa a nivel nacional, organizando a todo el
campesinado confederal y los autónomos que quisieran sumarse,
adquiriendo una suficiente flota de camiones y utilizando la estructura
de la CNT como canal de distribución. Todo el pueblo confederal
dispondría, de esta manera, directamente, de una cooperativa de consumo,
con los precios considerablemente rebajados respecto del comercio
común, y con posibilidad de trasmitir, también directamente, cualquier
tipo de queja o sugestión a los productores.. Era su gran idea, su
acariciado sueño. Manolo, activo hasta el final, cayó enfermo de una
dolencia cardiaca que le retuvo en cama. Supe de ello y viajé a Sanlúcar
a verlo. No me fue posible: su mujer me dijo que estaba durmiendo, que
no convenía inquietarle…De nada me sirvió decirle que mi visita tenía la
intención justamente contraria a la de inquietarle y sí más bien la de
llevarle tranquilidad…En fin, vuelta al macho y rápido a Granada.
Compañeros de allí, de Sanlúcar, que habían tenido más suerte, me
comunicaron que Manolo quería verme, y volví a hacer el viaje esa vez y
otra más. Mismo resultado siempre: la mujer erre que erre con lo de
“ponerle nervioso”. No mucho más tarde supe de su muerte y siempre tuve
la convicción moral de que Manolo había muerto más intranquilo y más a
disgusto, precisamente por no haberme podido comunicar lo que quería, y,
lo peor, creyendo, quizá, que yo no había querido ir a verlo.
Si antes dije que el caso del “Santero”
pudiera, quizá, ilustrar el caso de compañeros en situaciones, de algún
modo, similares, lo hice refiriéndome, en general, al rol de la
mujer-compañera de compañero. Por motivos que la propia sociedad actual
impone, aquélla suele cumplir el papel conservador de, en su intención,
tratar de salvar para la familia lo que el proceder de su compañero está
poniendo, constantemente, en riesgo. En determinados límites, ello
puede resultar beneficioso hasta para el propio compañero. Pero, con
suma facilidad y frecuencia, esos límites son transgredidos por
compañeras de compañeros, de forma que éstos, también con suma
frecuencia, resultan muy moralmente afectados de tales comportamientos.
Imatge: Jesús Lizano i José Luis García Rúa a l’Ateneu de Madrid

Entre compañeras de compañeros hubo y
hay de todo. En el polo opuesto al de la compañera de “Torrente”,
recuerdo, por ejemplo, a Amparo, la compañera del gran confederal José
María Martínez, el precursor de la idea de “alianza revolucionaria” que
él pondría en práctica en “el 34 asturiano” y que la Organización
culminaría en el Congreso de Zaragoza del año 36. Entre los años sesenta
y setenta, tuvimos algún encuentro confederal semiclandestino en casa
de Armonía, hija de José María, en presencia de su madre que vivía con
ella, y, en una ocasión, habiendo terciado el tema de la solidaridad y
las dificultades económicas, Amparo nos contaba que, un cierto día de
los tantos lluviosos que se dan en Gijón, José María Martínez se había
presentado en casa de alpargatas, recién salido de la cárcel de El Coto,
de la que era frecuentísimo pupilo. Tras la pequeña y cariñosa riña por
aquella forma de calzado, Amparo hurgó rápida en sus escasos y
trabajados ahorrillos y salió disparada a comprarle unas botas a su
compañero, pues, en la casa, no había ninguna clase de calzado
supletorio. La tarde siguió lluviosa y José María se fue con sus botas
flamantes a la Casa del Pueblo, de donde volvió, ya bien entrada la
noche, pero otra vez de alpargatas. La riña ahora ya fue un poco más
subida de tono, casi bronca. José María le puso la mano en el hombro a
su compañera, tratando de calmarla, y, como queriendo hacerse perdonar,
le dijo tranquilo: “Otro las necesitaba más que yo”.
De la Asturias libertaria viénenme
también al recuerdo, por haber tratado más con ellos, otros nombres de
esos esforzados “mayores”: Francisco Carmena era andaluz, de Posadas de
Córdoba, había recibido varios balazos de la Guardia Civil en un paso
clandestino de los Pirineos y, después, había sido cogido prisionero. A
Gijón había venido con la reindustrialización asturiana de finales de
los años cincuenta. Yo lo conocí con motivo de una escuela obrera y un
centro cultural que habíamos promovido en Gijón y que jugaron un papel
de primer orden en los movimientos huelguísticos y sociales de la
Asturias de los sesenta y setenta. Había actuado en clandestinidad, pero
a mí no se me averó como confederal hasta la muerte del dictador. Fue
siempre consecuente con los principios libertarios y, desde el año 80,
luchó con denuedo contra los reformistas que rompieron la Organización y
que hoy constituyen la CGT. Fue también un entusiasta de la poesía, en
la que suplía su carencia de conocimientos normativos con la frescura de
una voz sincera y limpia… Pelayo Cifuentes, había sido tesorero de la
Regional de Asturias, León y Palencia antes del levantamiento militar
del 36 y, en ese cargo, contaba cosas muy chuscas, como que, en los
viajes orgánicos que se hacían y en los que él participaba, él y algún
otro urgían la rapidez en el viaje de vuelta, para cumplir el regreso
antes de la hora de la cena y ahorrarle así unos dineros a la
Organización, mientras que algún otro cargo de mayores atribuciones
estaba por lo contrario. Conoció a Durruti y estuvo, junto con éste, en
Trobajo del Camino (León), en el velatorio del padre del confederal
leonés, quien, en tal circunstancia, le contó cómo, durante un atraco a
un banco en Buenos Aires, un guardia montado a caballo irrumpió
súbitamente en el banco esgrimiendo una pistola, y cómo el desenlace
mortal que tuvo aquella comprometida situación no pudo ser de otra
manera. También actuó en clandestinidad y se vino, después de la
“transición”, bastante abajo cuando murió su mujer, una menuda y
entrañable criatura que le había acompañado toda su larga y peligrosa
vida, sin haber pasado ni haber pretendido pasar por ninguna iglesia ni
por oficina administrativa ninguna en busca de “papeles”.
“Llamaron a la puerta, vete a abrir.
Debe de ser Quilo porque ya huele a ajo desde aquí”. En efecto, era
Quilo, Aquilino Moral, viejo confederal “seleccionado” de la Duro
Felguera por aquella huelga de siete meses, la “huelgona”, de la Duro
que también había dejado “seleccionado” a José María Martínez. Como
tantos viejos confederales, era un vegetariano convencido y fiel al ajo
desde joven. Para mí, que inicié la lucha clandestina a finales del 58 y
por una vía independiente y plataformista, Quilo fue el primer contacto
confederal organizativo que tuve. Venía a mí con una simbólica tarjeta
de presentación indiscutible: había sido compañero y correligionario de
mi padre. Ambos eran confederales y, los dos, seguidores de la izquierda
comunista de Andrés Nin. Fueron marxistas convencidos en la
Confederación, y ellos fueron los fundadores, el año 35, del POUM
(Partido Obrero de Unificación Marxista) asturiano. Se les tuvo
falsamente por trotskistas. Trotski fue contrario a la creación del
POUM, como se refleja en la polémica que, sobre el tema, mantuvo con
Andrés Nin. Trotski proclamaba la necesidad primaria del Partido por
encima de todo. Yo, que cumplí los trece años en 1936, un mes antes de
que mataran a mi padre en el monte Naranco durante el primer ataque a
Oviedo, siempre le oí decir en conversaciones con correligionarios:
“primero, el Sindicato, luego, el Partido”. Quizá por eso y por su lucha
efectiva y permanente, los compañeros confederales le nombraron a él,
Emilio García, junto con Segundo Blanco, delegado de los sindicatos
cenetistas de la Construcción de Asturias a los Congresos de Madrid, en
el 31, y de Zaragoza, en el 36. Quilo, después de haber cumplido la pena
de prisión asignada tras octubre del 37, fue permanentemente activo en
la lucha confederal clandestina, lo que no le impedía mantener contactos
epistolares con el POUM en el exterior, para el que escribía en La
Batalla, editada en París, con el seudónimo de “Mario”. Aquilino Moral
me proveía de propaganda de la CNT y canalizaba algún escrito mío que
los órganos clandestinos confederales difundían, y ésta fue la vía por
la que yo me adherí orgánicamente a la Confederación.
Del ámbito minero procedía otro gran
confederal, José Manuel Cabricano, alias “El Barracu”, compañero íntimo
de clandestinidad con Quilo. Había participado también en la revolución
de octubre del 34, y me contaba que los socialistas, tras el desembarco
del “Turquesa” en San Esteban de Pravia, y, en procedencia clandestina,
también tras los alijos que se hacían desde la fábrica de armas de La
Vega, en Oviedo, disponían de numerosas armas largas, mientras que, en
el terreno confederal, no dejaban de abundar las pistolas y escopetas,
pero apenas algún máuser, mosquetón o tercerola. De estos últimos
llegaron al campo confederal y en cantidades determinadas, siempre
escasas, a partir de donaciones secretas de socialistas que simpatizaban
con el ideal libertario y, en bastantes ocasiones, tras la compra de
ellas, también secreta, a socialistas de pocos escrúpulos. Tanto Quilo
como Cabricano fueron, en el 34, primeros actores de la implantación del
comunismo libertario en La Felguera. En clandestinidad, mantuvieron una
línea estricta de no colaboración política y se enfrentaron
tajantemente a aquellos que, desde el campo confederal (en términos
nominativos), se encuadraban como “enlaces” y cargos sindicales de la
CNS, el Sindicato Vertical franquista. Este era el motivo de su querella
permanente con “El Pipu”, un felguerino que, en la prensa del Régimen,
alardeaba de anarquista y de tener pistola. Era éste un afín a “Frente
Libertario”, el grupo exterior que, en 1945, se había separado de la
mayoría, en la que se encuadraban Esgleas y Montseny. Ese grupo que,
sólo orgánicamente, se había “unificado” con el otro mayoritario, en el
61, fue siempre partidario de la permeabilización del Vertical, y sus
ocultos dirigentes mantuvieron, más o menos esporádicamente, un tanteo
de negociación con los gerifaltes “verticales” que culminó en el pacto
“cincopuntista” de 1965. A propósito de esto, pienso que hay una cosa
que aclarar. Leí, no hace mucho, un buen artículo en nuestra prensa
confederal (creo que en “la Soli” o acaso en “Orto”) sobre la forma
organizativa de la lucha clandestina libertaria en ciertas etapas del
franquismo, y se aludía en él al “cincopuntismo” para aclarar que,
expresamente para la preparación interna de ese pacto, había venido de
Paris un destacadísimo miembro de “Frente Libertario” y que la
delegación asturiana había votado contra el pacto. Pues bien, esto no es
del todo verdad. Cabricano y Aquilino Moral me contaron, con pruebas,
la realidad de lo sucedido. En efecto, los delegados asturianos llevaban
el mandato imperativo de votar en contra, y en la primera votación se
rechazó, precisamente por ese voto en contra, el pacto cincopuntista.
Entonces, el destacado miembro de “Frente Libertario”, venido de París,
pidió un receso y hablar en privado con los delegados asturianos para
convencerles de que simplemente con su abstención ya salía el pacto
adelante, y que ello no significaba para ellos votar a favor. Duró mucho
tiempo el parlamento y mucho el rechinar de dientes. A los delegados
asturianos les llevaban los demonios. Se les pedía una de las cosas más
graves que se puede pedir a un confederal, traicionar un mandato de la
Organización. Se les dijo que la situación era extraordinaria y que el
enfrentamiento interior sería nefasto para la existencia de la
Confederación… Se les puso delante la “buena fe”, la “confederalidad
probada” y la “historia” del que intercedía… Con una “terrible mala
conciencia” accedieron a la abstención y el “cincopuntismo” salió
adelante. A Quilo y a Cabricano todavía se les humedecían los ojos al
hacerme este relato y mostrarme sus papeles.
En mis pasos y estancias en Madrid tuve
trato con una gente mayor maravillosa. La CNT se les había metido dentro
desde chavales y nadie consiguió sacársela de las entrañas por más
calamidades y jugarretas que la vida les deparó. Ni mi memoria ni el
espacio de que dispongo alcanzarían a hacer justicia a todos con los que
conviví: los innominados y animosos viejos confederales que orientaban
los sindicatos de Químicas y del Metal, la sencillez paisana de Mauricio
de Moratalaz, hacendoso siempre, prudente y callado hasta que, en algún
momento, alguna interna tropelía anticonfederal le hacía salir
repentinamente toda la sonora energía que su larga experiencia
confederal mantenía oculta en él. Los “viejos” del sindicato de
jubilados, siempre con alguna tarea útil a la Organización, siempre
prestos a recordar circunstancias de la historia confederal que
sirvieran para sacar de algún atolladero a militantes con menos
experiencia de lucha libertaria. Entre ellos, un nombre incompleto, Pepe
“el Sordo”, procedente de Motril, con experiencia de guerra y
organización de retaguardia, sencillo y abierto pero muy firme en sus
convicciones, humano, alegre y conversador, gustaba de invitar a
torreznos en un local de la calle Goya…

Imatge: José Luis García Rúa, 1 de Maig del 2013 a Granada
Con Fidel Gorrón tuve trato personal y
orgánico también por ser él, entonces, Secretario General de la AIT.
Militaba en el sindicato de la Construcción y había tenido una
experiencia de clandestinidad, en la que, seguramente, no marchó siempre
con pie igual, cosa, por otro lado, nada extraña, pues no siempre es
fácil evitar algún desliz cuando se quiere jugar, de buena fe, un papel
de intermediación que facilita una proclividad más o menos acusada a la
ambigüedad. Esto, pienso, es lo que le sucedió a su actuación en el
“Congreso” de Lyon de 1961, cuando forzó la unión morganática de los dos
sectores exteriores separados desde 1945. Y pienso que todavía algo
parecido cruzó por su cabeza cuando, en un Pleno Nacional de Regionales
en 1987, estando la Organización en pleno litigio con los escindidos por
la usurpación de las siglas, él, en su intervención, afirmó que había
dos CNTs, lo que hizo que el Pleno en pleno se le echara encima. El mal
sabor de boca que esto había dejado, fue, sin duda, causa de que, en el
Congreso de la AIT de 1988, en Burdeos, en el que dimitía como
Secretario General, se le tratara con un despego manifiesto, quizá
desproporcionado con su desliz, que, ciertamente, había sido grave.
Finalizando el 89 o quizá en principios del 90, alguien me habló de que
Fidel estaba enfermo, y me pidió que fuera a visitarle a casa, cosa que
hice. Tenía el pecho, de arriba abajo, literalmente mal cosido con
grapas. Yo le hablé con afabilidad, pero su rostro estaba marcado por
una profunda tristeza y amargura.
Pedro Barrios es otro de aquellos
confederales madrileños de las generaciones anteriores que me ilustraron
con su trato y me enriquecieron con sus experiencias, propuestas y
acciones. En los momentos más convulsos de la Organización, supo
contarse entre los que constituyeron un dique inexpugnable frente a las
embestidas que el reformismo escisionista, con el apoyo oficial del
ucedismo, primero, del socialismo gobernante, después, y de los medios
de ofuscación de masas, siempre, lanzó, a lo largo de todos los años
ochenta, contra las estructuras y principios confederales. Tuvo una
actividad decisoria en la clandestinidad del último tercio del
franquismo, junto con Juan Gómez Casas, y de esto me excuso de hablar
porque está sobradamente bien descrito en los libros y trabajos de este
último. Juan Gómez Casas fue, para mí, sin duda, el hombre de la
Confederación con quien yo más congenié en ideas, pero sobre todo en la
sensibilidad interna de valoración de las ideas, las personas y las
cosas. La CNT restaurada de la “transición” es impensable sin él. Si,
como es realidad, ciertos hombres y mujeres fueron salvadores de los
principios confederales en el exilio exterior, Juan cumplió el mismo
papel para la renaciente CNT de toda España. Su acción física,
intelectual y moral fueron fundamentales y básicas en la constitución de
ese valladar tras del cual la CNT se reencontró consigo misma.
Profundamente enamorado de Mari, su mujer, y adorador de su hija,
constituían una familia envidiable. Yo mantuve con él una comunicación
casi constante y dormí muchas veces en su casa de Aluche (Illescas, 90).
Recuerdo la angustia que sufrí cuando, en alguna asamblea confederal,
creí advertir en él los efectos de alguna incipiente y terrible
enfermedad. El mismo, consciente de la amenaza, ya incipientemente,
física del Alzeimer rechazó razonadamente todos los cargos orgánicos
para los que fue, últimamente, propuesto. De no haber sido por la
enfermedad, él habría sido el primer Director de la Fundación Anselmo
Lorenzo, como había sido el primer Secretario General de la CNT
restaurada. El último abrazo que le di, a él y a Mari, fue en el Ateneo
de Madrid. Lo demás lo fui sabiendo por otros.
Francisco San Gil, “el Chato”, “el
Chatillo”, fue otro de aquellos cenetistas madrileños que me llenaron de
cariño, de saber y de seguridad en el Foro de entonces. Faísta de
siempre, fue, desde mozo, un hombre de acción. Ya en plena guerra, fue, a
los diecisiete años, los ojos y los oídos de la Confederación ante el
general Rojo, de quien constituía una especie de ayudante. Desde
entonces ya, y en adelante, conoció siempre todos los entresijos de la
Organización y dondequiera era menester una acción enérgica en defensa
de la Confederación, allí estaba él. María, su querida gallega, veía por
sus ojos, y, en el barrio del Lavapiés donde vivía (calle Doctor
Fourquet) era un referente tan vivo y cotidiano que me imagino que,
cuando murió, todo el barrio debió de haber sentido que algo muy suyo le
faltaba. Así ocurrió también en la Organización madrileña y en mí,
especialmente.
Otra gran figura de la Confederación
madrileña de entonces fue Abrahám Guillen, y lo recuerdo, no solo por la
valiosa aportación analítica que allegó al campo libertario, sino
también por un cierto especial dramatismo de su muerte. Abrahám había
sido comisario de la 14 División y del IV Cuerpo de Ejército en la
Guerra Civil (creo que con Cipriano Mera) y formó, durante el
franquismo, parte del IV Comité Nacional clandestino de la CNT, a ratos
con el nombre de guerra de José Moratilla. Tras pasar por las consabidas
cárceles, escapó a Latinoamérica (Colombia, Argentina, Uruguay,
Venezuela…) donde tuvo una intensa actividad, al margen del circuito
libertario, como investigador y analítico político-social y como
revolucionario práctico. Por lo primero y sin llegar a ser nunca
marxista, tuvo en cuenta, junto a otras, las aportaciones de Marx a la
investigación anticapitalista del campo económico. El reflejo de ello en
el lenguaje le hizo motivo de prevención en el ámbito confederal. A mí
se me acercó en el Comité Nacional en 1987, y yo creo haberle servido de
pasadizo de entrada al campo de la Confederación. Estoy convencido de
que, con ello, se recuperó para el campo libertario una notable
aportación teórica de la que se estaba necesitado. Como revolucionario
práctico, fue el fundador del grupo de los Tupamaros, en Uruguay, y el
creador de la novedosa estrategia de la guerrilla urbana. Como estratega
teórico, en este campo, sus aportaciones le ponen por encima del
indochino general Giap y del propio Ernesto Che Guevara. El cáncer lo
pilló en los noventa del siglo y tuvo un viacrucis de operaciones.
Coincidiendo en Madrid con Iñaqui, de Bilbao, y otros compañeros, fuimos
a verle a su casa, en aquella bajada al Lavapiés (Olivar, 4). Su mujer,
Mari también, su compañera de andanzas y fatigas, nos condujo a su
cuarto. Allí estaba echado, delgado, frente amplia y blanca y los ojos,
vivos todavía. “Compañeros, me llegó la hora, las espicho…”. No hablamos
largo rato, le invadía la fatiga. A punto de despedirnos, nos pidió
“dadme un beso”. Todos le besamos en la frente. Ya en trance de
retirarnos, hizo ademán de levantar un poco su mano, nos fue mirando a
todos y nos dijo, con una voz que quería ser un grito y era ya sólo un
susurro: “No olvidéis la revolución”… Con el Exterior tuve un contacto
bastante tardío. A comienzos de los años setenta, empezaron a tomar
contacto con nosotros, que éramos el grupo más joven adherido a la
Organización clandestina asturiana en los sesenta, representantes de los
dos sectores del Exterior separados en 1945 y morganáticamente
reunificados en el 61. A los dos les contestamos que ignorábamos con
exactitud los motivos de la escisión, y que, en esas circunstancias, no
podíamos decantarnos por ninguno. Añadíamos que la CNT era un gran río y
que los grupos auténticamente confederales tenían que terminar
confluyendo en él. De “Frente Libertario”, nos visitaba más abiertamente
Sión, de La Felguera, quien, como persona, me pareció siempre un hombre
excelente, y del sector de Toulouse, mayoritario, lo hizo, en una
recóndita montaña de la Cuenca Minera, Antonio Navarro, “el Zapatero”,
de Hospitalet de Llobregat, con quien, más tarde, en la época ya de la
“transición” tendría un contacto más frecuente y regular, no sólo
orgánico sino de amistad…
En el año 76, las cosas, respecto a la
confederalidad de cada uno, se fueron poniendo cada vez más claras para
aquellos que habíamos accedido a la vida interna de la CNT en los
sesenta. Quién era un revolucionario y quién un puro reformista no
ofrecía ya ninguna duda. Contactos directos con el Exterior los tuve ya
desde1977, año en el que participé, en abril, en el mitin de la
Mutualité de París, en festejo del renacimiento de la CNT en España y su
contacto con el exilio, y, en julio de ese año, en Toulouse, en
conmemoración de la Revolución española (19 de julio). Y, en esos
contactos, empecé a conocer la valía de aquellas gentes que habían
luchado en el maquis, sufrido los campos y la represión nazis o militado
en la lucha subterránea por el movimiento vivo de la Organización,
vidas enteras que, dedicadas a ello, apenas si habían dejado un
resquicio de vida privada a sus militantes.
Continúa…