La paz que no era


LA FOTOMATONA | JENOFONTE
Se levantó torcido José María El Día de la Proclama y pensó en la gran oportunidad perdida: qué gran Presidente de la República Constitucional Recuperada hubiera sido él. Una digna manera de pasar a la Historia.
Abrió entonces el “aipad” para leer los periódicos, y las fotos de las ejecuciones de Irak le atacaron directamente a los ojos. No podía ser. ¿Pero qué había ocurrido? ¿No habían hecho ya varias guerras contra El Mal? ¿No había sido él uno de sus Caudillos? ¿Hubo fallo o se equivocaron de Mal? ¿No habían exterminado ya a los terroristas de peor calaña? ¿Quedaba todavía alguno o mataron a los que no eran? Llamó a los otros caudillos. Uno, el tontorrón del George, no se puso por estar pintando en su rancho. De Tony supo de su ardor guerrero por las noticias, pero tampoco tenía mando. Así que se estaba quedando solo con sus Honoris Causa. No le cogió el teléfono ni el vice Caudillo anfitrión, el viejo amigo Durao, ya de retiro. Se tomó el segundo café de la mañana, pensó en que los matadores y matados eran al fin y al cabo gentes lejanas e ignorantes, y volvió a lo realmente importante: seguir cuidando de su hacienda. No se le pasó por la cabeza que todo hubiera sido un error al provocar una Paz que no era. Y, para colmo, no podían resucitar a los viejos amigos dictadores. Ni siquiera pensó que las armas de destrucción masiva habían acabado siendo los Kalashnikov.

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