[Memoria] Fotografía entre claroscuros
							
Imagen: Ramblas de Barcelona, mayo de 1937.
Son las doce de la noche de un cinco de 
marzo. El albañil anarcosindicalista seca su frente surcada de arrugas 
con el puño de su chaqueta. Galones de teniente coronel recogen el 
sudor. Agarra el papel con una mano grande de dedos hinchados por años 
de trabajo; su otro brazo está en cabestrillo por un accidente. Al 
comienzo de la guerra, cuando no llevaba galones, sus hombres le habían 
apodado “el Viejo” porque él tenía cuarenta años y ellos apenas llegaban
 a los veinte. Pero parece que ha pasado una eternidad desde entonces.
Va a pronunciar el discurso más duro de 
la noche y su rostro de cuero está muy tenso. Habla. Se describe a sí 
mismo como un hijo del pueblo. “Carne de su carne y sangre de su 
sangre”, dice. Pero a su lado hay un militar de carrera que da un golpe 
contra un gobierno democrático. El coronel lo mira vigilante. A su 
alrededor otros golpistas decoran la escena con rostros que van desde la
 incertidumbre hasta el alivio.
Aquella mañana controlaban Madrid tropas
 leales al gobierno (es decir, controladas por el PCE). La 70ª brigada 
del cuerpo de ejército de Cipriano Mera (el único de los cuatro del 
ejército del centro cuyo mando no es del Partido Comunista) ha bastado 
para derrotarlas y tomar los puntos estratégicos de la ciudad. Sin él, 
el golpe habría fracasado. Ahora, suya la ciudad que ha resistido 
durante tres años, habla de un gobierno traidor, de independencia y de 
paz. Termina de hablar y se levanta. El coronel toma su asiento. Ahora 
es él el que habla. Es muy tarde pero toda la ciudad escucha. La voz del
 militar en todos los transistores de una urbe en un silencio que durará
 décadas.
El golpe de Casado, que provocó la 
rendición republicana en la guerra civil, dibuja una escena que puede 
parecer de excepción. De punto final, de hecho. Pero es capaz de 
hablarnos de todo el conflicto en general y del papel del 
anarcosindicalismo en él, en particular. Nos habla de cómo se crea la 
historia. Nos habla de las lecciones que no aprendimos y de qué relatos 
triunfaron, lo que no es poca cosa.
Empecemos. La propaganda republicana 
disfrutó de una máquina mucho mejor engrasada que la franquista al menos
 hasta que este, ya convertido en régimen, logra renovar sus filas de 
intelectuales orgánicos que no saludasen a la romana en los años 
sesenta. Así que en esta guerra la historia la escriben, al menos 
durante un tiempo, los perdedores. Y como los fusiles son pesados y las 
trincheras no son lugares muy cómodos, esta historia se escribe desde el
 exilio. Lo que significa que la escribe, desde el exilio, la única 
fuerza que mantiene un liderazgo unificado, apoyado internacionalmente y
 con una estrategia clara de intervención: el Partido Comunista de 
España.
Asumiendo que no todo lo que hicieron nuestros predecesores fue puro, que no todo fue un camino de rosas, que las causas del fracaso no siempre vinieron de fuera, podemos comenzar a formar una memoria histórica madura.
Una gran parte de la actual visión de 
izquierdas sobre la Guerra Civil se debe a un imaginario levantado por 
la labor propagandística del PCE en la clandestinidad y el exilio. Esto 
nos lleva a que visiones muy sesgadas de ciertos episodios del conflicto
 sean compartidas incluso por enemigos declarados del estalinismo. Tierra y Libertad,
 de Ken Loach, es una muy buena película. Pero en ella el director 
trotskista explica cómo los hechos de mayo son un levantamiento de las 
milicias en Barcelona ante su negativa a la militarización. Siguiendo al
 dedillo la versión del PCE, los incontrolados prefieren luchar en 
harapos y con fusiles de las guerras carlistas, entorpeciendo el avance 
de la guerra, si con eso pueden conservar su independencia política. A 
este relato, que perfectamente habría podido narrar Santiago Carrillo, 
se suman contribuciones de Orwell, que en sus días como miliciano apenas
 sabía el idioma y en su Homenaje a Cataluña, principal 
inspiración para la película, llega a confundir a la guardia de asalto 
con la guardia civil. Nos hemos creído este relato y encima nos ponemos 
del lado de los románticos milicianos que se empeñan en luchar en 
alpargatas contra un ejército regular.
Pero si uno examina la prensa 
anarcosindicalista de la época, o lee lo que nos tienen que decir los 
testimonios de personajes de la CNT del momento, se encuentra con una 
historia bien distinta. Ahora los provocadores incontrolados son 
miembros del PSUC, partido pantalla del PCE en Cataluña creado a partir 
de las clases medias urbanas descontentas con la revolución, que buscan 
poner en crisis al gobierno de Largo Caballero, del sector sindicalista y
 revolucionario del PSOE, para poner a un presidente del gobierno afín a
 la contrarrevolución: Juan Negrín. Finalmente la escaramuza logra 
aislar a los ministros de la CNT en torno al veterano socialista y su 
gobierno cae. Un putsch, un golpe de timón de la Comintern. ¿Y 
las milicias? Disueltas en el ejército popular desde el decreto de 
militarización de octubre de 1937. Por el gobierno de Largo Caballero y 
con cuatro anarquistas de ministros. ¡Siete meses antes! Para mayo, un 
conflicto completamente resuelto.
Esta falta de capacidad a la hora de 
construir nuestra memoria, dependiendo de tendencias ajenas, o incluso 
contrarias, a la nuestra, ha cristalizado en los referentes que 
reivindicamos. Nos encanta Durruti porque murió muy al comienzo de la 
guerra y su figura fue ensalzada precisamente por aquellos a los que 
Durruti se oponía políticamente, hasta el punto de que su efigie 
apareciera en todos los despachos y él fuera nombrado teniente coronel a
 título póstumo por el gobierno de Negrín. Sin embargo, nos subimos al 
carro cuando se trata de acusar a García Oliver de vendido por aceptar 
un ministerio o a Cipriano Mera de traidor por apoyar un golpe militar.
Si, apartando la propaganda comunista de
 “resistir es vencer” –fácil de decir cuando se está en Francia y 
mientras tratas de evacuar a tus cuadros a la Unión Soviética–, acudimos
 a la propia legitimidad de origen de Negrín en el gobierno o al vacío 
de poder dejado por el propio presidente al dejar la silla vacía, 
Cipriano Mera cometió la falta, si acaso, de ser inocente y considerar 
que Franco, que no había demostrado nada similar a la clemencia ni lo 
demostraría en toda su vida, aceptaría una rendición honrosa. Como digo,
 dejar en manos de otras fuerzas la construcción de nuestra historia nos
 ha llevado a soslayar al que fue el mejor dirigente militar que produjo
 la CNT en todo el conflicto.
Pero más allá de la cuestión de la 
construcción de mitos, la escena del golpe de Casado y el trágico final 
de la guerra sirven para señalar una cuestión que todavía es de más 
importancia. El hecho de que un destacado militante anarcosindicalista 
acabara secundando un golpe militar es producto no solo de lo terrible 
de la situación aquel cinco de marzo, sino sobre todo de la nula 
capacidad de la CNT de imponer una línea política propia durante la 
guerra.
El Libro Rojo de Mao, que para citas 
oportunas viene siempre bien, dice “quienquiera que relaje la vigilancia
 quedará desarmado políticamente y quedará reducido a una posición 
pasiva”. Creo que la trayectoria de la anarcosindical en la guerra no 
podría definirse mejor con menos palabras. Historiadores como Agustín 
Guillamón ya lo han apuntado en alguna ocasión, y en ello radica la 
diferencia entre la CNT que levanta las barricadas en Barcelona y es 
capaz de vencer al ejército en julio del 36 y la que las desmantela y 
cede ante el PSUC en mayo del 37.
Para el congreso de Zaragoza, poco antes
 del golpe del 18 de julio, la CNT es capaz de trazar un proyecto 
político revolucionario. Sus comités de defensa se encontraban activos 
en las capitales más importantes. Había tejido, había organización, 
había una gran violencia por desatar y un plan para establecer los 
tiempos. Sin embargo, no habían pasado ni dos días desde que se venciera
 al ejército y se desenvolvieran todas aquellas fuerzas que habían 
tardado años en gestarse, y la CNT ya estaba renunciando a elementos 
fundamentales de su programa revolucionario. Con la negativa a la 
propuesta de García Oliver de “ir a por el todo” se pone la primera losa
 sobre el proceso revolucionario.
Y esa es la principal mentira de la 
propaganda del PCE convertida en noción común sobre la Guerra Civil. La 
CNT fue, de todas las fuerzas que componían el bando republicano, la que
 más renuncias llevó a cabo en beneficio del desarrollo de la guerra. 
Renuncia cuando mantiene la Generalitat. Renuncia cuando acepta formar 
parte del gobierno en vez de formar un Consejo Nacional de Defensa; 
renuncia cuando impulsa la formación del ejército popular en unos 
términos menos democráticos de lo que era posible; renuncia cuando 
retira los adoquines de las calles de Barcelona cediendo toda 
posibilidad de hegemonía política y, finalmente, renuncia colaborando 
con el golpe que pone fin a la guerra.
			
			La CNT no tumbó a la Generalitat. Porque no supo, porque no pudo o porque no quiso.
Tenemos una visión completamente 
distorsionada del papel de la anarcosindical en la guerra. Por un lado 
nos conformamos con el papel de enfants terribles que otros nos
 dieron. Por otro, idealizamos los primeros momentos de la guerra, 
frente al papel de la CNT desde mayo del 37 hasta el final de la 
contienda. Es triste que la historiografía libertaria haya caído en los 
mismos errores que la peor historiografía burguesa, convirtiendo su 
Historia en la de los grandes hombres y las grandes batallas. A luchar 
en los tiempos oscuros, como son los nuestros, se aprende de las 
historias sobre los tiempos oscuros.
Un informe del comité peninsular de la 
FAI del 30 de septiembre de 1938 señala que un tercio de los soldados 
del ejército popular tenían carnet confederal. Pero menos del 10% de los
 jefes de los cuerpos de ejército y divisiones eran anarcosindicalistas.
 Nos cuesta muy poco acordarnos del triunfo que fue formar a decenas de 
miles de trabajadoras y trabajadores en milicias las horas que siguieron
 al 18 de julio, pero somos tan injustos como sus adversarios políticos 
con aquellos militantes anarcosindicalistas que continuaron vertiendo su
 sangre, a pesar de verse infrarrepresentados en la dirección militar, 
por librar al mundo del fascismo.
Asumiendo que no todo lo que hicieron 
nuestros predecesores fue puro, que no todo fue un camino de rosas, que 
las causas del fracaso no siempre vinieron de fuera, podemos comenzar a 
formar una memoria histórica madura. Y a construir mitos que nos 
impulsen en el trabajo de hoy. No todo fue heroico. A veces hubo que 
pactar. A veces negociamos mejor, a veces peor. A veces cometimos 
errores incorregibles.
Hay una tendencia de historiadores 
afines al anarquismo que se empeñan en señalar que en la Guerra Civil 
había tres bandos: el sublevado, el gubernamental y el revolucionario. 
Creo que esa visión nos hace mucho mal en cuanto a que reproduce, 
precisamente, la mitología iniciada por el estalinismo y nos lleva a 
conformarnos con una posición marginal, también en cuanto a los 
referentes históricos.
La CNT no tumbó a la Generalitat. Porque
 no supo, porque no pudo o porque no quiso. La CNT trató de imponer la 
creación de un Consejo Nacional de Defensa (como había hecho en Aragón),
 en el que las fuerzas sindicales fueran las que tuviesen el control. Y,
 ante la imposibilidad de imponer su posición, cedió a entrar en el 
gobierno de Largo Caballero para afianzar las conquistas conseguidas. La
 CNT trató de impulsar el mando único mediante su propia propuesta de 
ejército popular (sujeto a un mayor control sindical de lo que 
finalmente fue), para finalmente forzar a sus milicias a integrarse a lo
 que había. La CNT fue, en definitiva, una fuerza pragmática que puso, y
 puede que demasiado, ganar la guerra por encima de hacer la revolución.
El verdadero elemento distorsionador del
 bando antifascista era el PCE y su control sobre la fracción socialista
 de Negrín, sujeto a intereses extranjeros que no siempre coincidían con
 una victoria antifascista (y a veces ni siquiera con la supervivencia 
material del pueblo trabajador), especialmente en la fase final de la 
guerra, cuando Stalin está tratando de llegar a acuerdos de 
apaciguamiento del nazismo; cosa que, por otro lado, habían hecho ya las
 democracias liberales.
Las fuerzas revolucionarias del 
proletariado de la II República española trataron de resistir a la 
reacción en un momento internacional realmente difícil. En unos momentos
 en los que el fascismo alemán comenzaba a lamerse los labios pensando 
en la conquista de su Lebensraum y en los que la principal 
revolución del ciclo de 1917 había derivado en un Estado monopolista y 
burocrático. Malos tiempos para un último coletazo de la revolución 
mundial. Y, aún así, durante un breve verano, pareció posible ganar.
			
			
Un verano iluminado no por seres 
etéreos, sino por personas y organizaciones extremadamente reales. Y 
que, precisamente por ser reales, pudieron ser derrotadas. Solamente 
asumiendo su derrota, derribando todos los ídolos, podremos visualizar 
que nosotros, que tampoco somos dioses, podemos vencer. Y venceremos.