Desigualdad o patriarcado? Una reflexión desde la conciencia de clase y otras formas de dominación
El patriarcado no tiene clase, pero el
feminismo sí. Hay varios tipos de feminismos y el feminismo que tiene
conciencia de hasta dónde permea verdaderamente el patriarcado es un
feminismo de clase, anticapitalista, antirracista, anticolonial, y
consciente de que distintas formas de opresión se retroalimentan. No
quiero tomar aquí una actitud beligerante contra otros feminismos que no
compartan las ideas que yo aquí voy a exponer. Lo que me gustaría es
llamar la atención sobre el hecho de que, a pesar de que parece que en
los últimos años se ha tomado conciencia de la cuestión de género,
todavía el patriarcado como tal, y su inseparable relación con el
estado, el capitalismo y la guerra, estén relegados a los núcleos duros
del feminismo radical. Hay que empezar a llamar a las cosas por su
nombre y decir basta al hecho de que parezca que la violencia de género,
el reparto desigual de las tareas domésticas o la brecha salarial, son
cosas diferentes entre sí, y que éstas y nuestro sistema político y
económico no tienen nada que ver. Todas esas formas de violencia y
explotación están ligadas y no se trata sólo de desigualdad. Ni siquiera
se trata sólo de violencia física y emocional, se trata también de
explotación y de control, de un sistema a fin de cuentas que desde la
familia y la escuela hasta el trabajo y el estado reproduce dinámicas,
relaciones y estructuras que sistemáticamente otorgan esa capacidad de
control, explotación y de ejercer diferentes formas de violencia y
opresión contra niñas, mujeres y ciertas masculinidades que se tachan de
femeninas. Es por tanto difícil echar a un lado al patriarcado de
manera independiente con leyes que simplemente atenúen aspectos de las
relaciones de género.
El patriarcado tiene dos grandes
pilares: el sexual y el económico. El control sexual es una forma de
repartir la riqueza y el trabajo. Casilda Rodrigáñez argumenta
que el patriarcado se ha desarrollado a base de reprimir y controlar la
sexualidad femenina y maternal (tanto de las madres como de la prole)
hasta convertirlas en objeto de satisfacción masculina, en algo doloroso
o incluso en algo vergonzoso y reprobable. Las mujeres han perdido
conciencia de sus úteros, sus orgasmos suelen reducirse al clítoris, sus
partos suelen ser dolorosos y a l@s hij@s hay que separarlos pronto del
regazo y el pecho materno. Como la propia Rodrigáñez ha estudiado, el
paso de sociedades reguladas por el placer y lo matrístico (que no
matriarcal, cf. Humberto Maturana)
en el paleolítico y el neolítico a sociedades basadas en la ley de
Dios, del rey o del librecomercio, indica en gran medida cómo nuestras
instituciones políticas y económicas son en sí mismas instituciones
patriarcales. Son instituciones que estructuran las relaciones políticas
y económicas, incluyendo las familiares y sociales, en jerarquías donde
el género impone una posición subordinada a la mujer y a lo femenino.
Esta posición subordinada tiene
consecuencias sobre el reparto de poder simbólico y material, la riqueza
y los tipos de trabajo. Es más, tal y como han apuntado teóricas de la
economía de cuidados (aquí y aquí
por ejemplo), la posición subordinada de la mujer juega un papel
regulador en la economía puesto que permite que muchas tareas necesarias
para la sociedad se sigan haciendo de manera gratuita o a muy bajo
coste, para que otras puedan ser altamente remuneradas, incluso si su
utilidad para la sociedad es escasa. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística de 2017,
en España, un 84% de las mujeres se involucra en tareas domésticas
frente a un 42% de los hombres, y un 95% frente a un 68% en el cuidado y
educación diaria de hijos. Las mujeres en España emplean de media un 26% a trabajos no remunerados,
además del 33.9% de las horas que emplean en trabajar. De la misma
encuesta se desprende que las mujeres a tiempo completo pueden pasan un
65% de su tiempo trabajando entre un tipo de trabajo y otro. En los
hombres esto se reduce a un 56.3%, haciendo una media de 14% de horas no
remuneradas. Esto no es sólo una cuestión de desigualdad, o de cómo
generaciones anteriores nos han legado el reparto de tareas domésticas y
de cuidados, esto es un efecto de cómo el capitalismo patriarcal
mantiene así el trabajo remunerado, los mejores salarios y el manejo de
la economía en manos de los hombres – como algo natural – y a las
mujeres como colectivo regulador dependiente de las obligaciones de
cuidados y las necesidades del mercado.
Esta forma de regulación viene además
sustentada por el sistema de clases, al que habría que añadir otras
formas de opresión como la raza, la etnia o la edad. Cuanto más poder
adquisitivo, más posibilidades de acceso a puestos mejores pagados,
menos trabajo no remunerado y viceversa. Ya lo decía el antropólogo Paul Willis:
los hijos de curritos generalmente terminan siendo curritos. En los
últimos años en España los trabajos manuales intensivos en la
agricultura, la construcción, el turismo y los servicios del hogar han sido copados por personas inmigrantes.
Esto ha provocado a su vez un incremento de la pequeña burguesía
española (blanca, paya), sobre todo en el período anterior a la crisis. A
pesar de que la productividad de estas personas ha sido la base de la
expansión económica hasta el 2008, fueron las inmigrantes, las más
castigadas por la crisis – casi ¼ del total de empleos perdidos entre el 2008 y el 2013 estaban ocupados por inmigrantes.
La capacidad que tiene la economía para enriquecer a unos sectores de
la población en detrimento de otros se basa precisamente en la
estratificación por clase, género, color, edad, etc.
Terminar con esta explotación
sistemática o incluso empezar a desmontarla no implica que más mujeres
tengamos acceso a esos puestos lucrativos y de responsabilidad sino que
hagamos un examen crítico de porqué ciertos trabajos están remunerados, y
cómo, y otros no. A lo primero que nos lleva tal examen es a darnos
cuenta de que luchar por la igualdad de género sin luchar por la
igualdad de clases es una hipocresía. Pero no quiero aquí enarbolar la
bandera de la igualdad. Como lo han dicho feministas negras desde Estados Unidos a Nigeria:
luchar contra una forma de desigualdad y no por otra no sólo hace
invisible el verdadero funcionamiento de los sistemas de opresión, sino
que hace la lucha poco efectiva. Si queremos que cambien las cosas,
verdaderamente nos tenemos que plantear el fin del patriarcado, y con
él, todos los sistemas de opresión. Es más, como ya lo apuntaban
nuestras compañeras de Mujeres Libres,
el fin del estado y el capitalismo no provocará el fin del patriarcado,
ni el fin del estado y el capitalismo se logrará sin el fin del
patriarcado.
El problema que tenemos las mujeres, es
que hablar en estos términos, como hablar en términos de ‘capitalismo´,
‘estado, etc’ está bien enraizado en el campo de lo ‘utópico’, ‘lo
imposible’, ‘lo radical’, o cualesquiera otros términos represivos. Pero
para entender que es posible cambiar tenemos que darnos cuenta de que
tanto el patriarcado, como las clases, el estado y el capitalismo no son
algo natural o permanente. Son algo creado históricamente. Y como
legado histórico-político y social se pueden cambiar, y tenemos la
obligación de cambiarlos para las generaciones posteriores.
Las investigaciones antropológicas y
arqueológicas de los últimos tiempos están desmontando la narrativa
común de la humanidad que es algo como sigue: éramos seres salvajes
viviendo en comunidades pequeñas y a medida que hemos ido creciendo en
número, sobretodo gracias a la agricultura y al asentamiento sedentario
han surgido estructuras políticas y militares complejas y nuestra
sociedad actual es la consecuencia natural de ese proceso. Mentira. La
evidencia muestra que desde tiempos del paleolítico superior y el
neolítico han existido sociedades con estructuras jerárquicas que han
sido desmontadas para pasar a ser sociedades más igualitarias y
viceversa. Como afirman David Graeber y David Wengrow:
«la evidencia arqueológica sugiere que en los asentamientos con alta variabilidad climática de la última era glaciar, nuestros ancestros remotos se estaban comportando de manera bastante similar: cambiando constantemente entre sistemas de organización social… y sobre el entendimiento de que ningún orden social era fijo o inmutable»
Es posible que el camino tenga que ser
hecho a través de pequeñas metas y pequeñas victorias. La
#huelgafeminista es una de ellas y está empezando a consolidarse. Si
persistimos, es posible que lleguemos a un paro total que provoque
cambios necesarios. No es la primera vez.
En Estados Unidos en 1909 las mujeres pararon la ciudad de Nueva York
para mejorar sus salarios y reducir las horas. En 1961 las mujeres
comenzaron una huelga contra la carrera nuclear que empujó al presidente
Kennedy a firmar el tratado de prohibición de pruebas nucleares. En Islandia en 1975 un paro de mujeres
seguido por el 90% de las mujeres consiguió pasar leyes equitativas al
día siguiente en el parlamento. La lucha de las mujeres es larga y
digna. Pero no debemos olvidar el objetivo final. Luchemos por una
sociedad libre, sin violencia ni explotación.
Marta Íñiguez