[Opinión] Por una solución antidemocrática
Imagen: Ricard Fadriqué
Parece que el callejón sin salida por el cual esta transitando el procés
 está llegando a su desenlace. Muchos interrogantes se abren en relación
 a que sucederá en los próximos meses y ninguno de ellos tiene la 
capacidad para construir un relato consistente. La partida está abierta y
 hace falta ser más audaces que nunca.
El letargo en el cual está inmerso el procés
 y la mayoría de sus actores se desactivará en breves. Con su habitual 
destreza para explicar las intrigas de la corte, hace unos días, el 
periodista de la Vanguardia Enric Juliana publicaba un artículo 
explicando las intenciones de las diferentes facciones políticas con 
capacidad de incidir en la cuestión independentista. Por su parte, 
hablaba del Presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, que ha 
dejado bien claro que no quiere seguir siendo presidente. Esta dispuesto
 a inmolarse – ser inhabilitado – como responsable de la convocatoria 
del referéndum y convertirse en un mártir de la causa. Imprescindible 
para entender el contexto es la perspectiva de Artur Mas y su círculo de
 confianza, dispuesto a llevar la tensión hasta el límite; desarrollar 
un nuevo escenario de pacto con el Estado y forzar una hipotética fusión
 del PDeCAT y ERC para gestionarlo. La joven dirección de PDeCAT, 
representada por Marta Pascal y David Bonvehí, con la intención de 
contener la situación, aguantar el envite de la posible inestabilidad y 
dispuestos a trasladarse a la oposición de un futuro gobierno de 
izquierdas en la Generalitat para poder reconstruir su partido. Por su 
lado, ERC, con una posición cada vez más hegemónica, barriendo el 
expujolismo del centro política y constituyéndose como partido de 
gobierno para los próximos años, además, sin ninguna posibilidad de 
hacerse ya atrás y frenar la situación. Finalmente, la CUP, que ha 
aguantado la envestida, no se ha partido en dos – de momento – y las 
cosas están en la situación que ellos deseaban, es decir, en el debate 
sobre la desobediencia.
Toda posibilidad revolucionaria se disolvería para al menos una generación como consecuencia de la opinión generalizada de que con la movilización pacífica democrática todo es posible.
El gramsciano de derechas del periodismo
 español, la mejor pluma del enemigo, constata que existe la posibilidad
 de que lleguemos al choque de trenes. Cada día que pasa parece
 más complicado que los partidos que dan apoyo al referéndum puedan 
activar el freno de emergencia y abandonar la idea de poner las urnas. 
Seguramente no por convicción, sino por una presión popular que no 
entendería que todo el recorrido de los últimos años se disolviese en 
las enésimas elecciones. Ninguno de estos partidos se puede permitir el 
lujo de abandonar la idea del referéndum sin sufrir un fuerte revés en 
las próximas elecciones. Tal como están transcribiendo los hechos, se 
está complicando mucho construir un relato creíble sobre porque se ha 
desestimado la idea del referéndum. En el caso que este abandono sea 
pactado por los dos principales partidos – ERC y el PDeCAT – la 
desafección hacia la política se incrementará exponencialmente.
La posición del Partido de la Insurrección
 en este caso ha de tener la habilidad para aprovechar la inestabilidad 
que puede implicar cualquier de los dos escenarios que se pueden 
presentar en los próximos meses. Decía Mario Tronti sobre la situación 
italiana durante los últimos decenios del siglo pasado: «El movimiento 
obrero no fue vencido por el capitalismo. El movimiento obrero fue 
vencido por la democracia. He aquí la declaración de un problema a la 
que el siglo nos somete». Uno de los dolores de cabeza que padecíamos 
las revolucionarias durante los últimos años era el hecho que el procés
 acabara con un referéndum acordado. Que Catalunya se convirtiera en un 
estado independiente por medio de las manifestaciones multitudinarias y 
pacíficas de los últimos años y por la acción institucional de un 
gobierno al servicio de la gente. Toda posibilidad revolucionaria se 
disolvería para al menos una generación como consecuencia de la opinión 
generalizada de que con la movilización pacífica democrática todo es 
posible. Por suerte, no es la primera vez, nos hemos encontrado con un 
gobierno español sin ningún tipo de ánimo de negociar, ni de ceder y que
 se lo juega todo a la carta de la correlación de fuerzas. El talante 
democrático de gobiernos como el británico hacen que en este país no 
haya habido un levantamiento popular en los últimos dos siglos. 
Afortunadas somos las que deseamos vivir una insurrección en el Estado 
Español.
Dicho esto, parece bastante claro que en
 ningún caso habrá una solución acordada que pueda satisfacer a las dos 
partes. Por lo tanto, los dos escenarios que aparecen en el horizonte 
son por una parte que se evite el choque de trenes a cambio de 
un conjunto de cesiones por parte del gobierno español. Por lo que 
sabemos hasta ahora, cesiones en infraestructuras, servicios, el 
traslado del Senado y consejos de ministros ocasionales en Barcelona. 
Estas concesiones probablemente aumentarían durante la negociación con 
ánimos de rebajar la tensión, pero en el caso de ser aceptadas por el 
gobierno difícilmente satisfarían los deseos de una gran parte de los 
independentistas. Verían como sus anhelos se desintegrarían por la 
cobardía de sus representantes políticos. Es decir, esta solución nos 
llevaría hacia un interesante descrédito de la política institucional y 
de toda solución acordada por medio de la conciliación entre los 
diferentes gobiernos. No significa que esto sea el preludio de un motín 
generalizado, pero si que se instituiría una nueva atmósfera colectiva 
de desconfianza hacia las instituciones. Una brecha se podría 
profundizar haciendo comunas muchas de nuestras pequeñas prácticas que 
dan solución a las problemáticas concretas de vivienda y género, 
aplicando la lógica de hacer en lugar de pedir. Aunque ahora son 
defenestradas por la ciega confianza en la democracia, podrían hacerse 
al menos compresibles en este contexto de desafección. Cuando el telos colectivo se desvanece, volvemos a tocar de pies al suelo y estamos llenas de problemas.
Por otro lado, existe el escenario de choque de trenes.
 El más interesante a priori, porque abre un abanico de contingencias 
inmenso y da la posibilidad que cualquier gesto de audacia en el momento
 indicado desestabilice la situación. Si el gobierno de la Generalitat 
piensa que tendrá la capacidad para gobernar el choque de trenes
 ya se puede olvidar, ya que habrá muchas circunstancias imprevisibles. 
Me refiero a las consecuencias que se pueden generar en el escenario de 
la suspensión de la autonomía y la inhabilitación de cargos electos. No 
seria extraño que en una manifestación a la delegación del gobierno 
español hubiera tensión con la Policía Nacional y desembocará en una 
carga que se entendería como una agresión física del gobierno español 
contra la población catalana – hecho que no ha sucedido hasta ahora, en 
este tipo de manifestaciones –. La carga simbólica de este hecho se 
podría extender como una mancha de aceite por toda la geografía catalana
 trastocando el panorama político. De todas formas, tenemos que decir 
que la inconsistencia en términos prácticos del movimiento 
independentista es enorme y se constató en los intentos de la CUP de 
escrache y de concentración en Plaça Catalunya a causa de la prohibición
 de la consulta del 9N. El grueso del independentismo es eminentemente 
discursivo y tiene poco que ver con mucho más que manifestarse por la diada y votar cuando vienen elecciones, mal les pese a la Esquerra Independentista.
La situación es mucho más inconsistente 
de lo que podría ser el 6 de octubre de 1934 cuando Companys declaró el 
Estado Catalán dentro de la República Federal Española. La sombra del 
aplastamiento de la tentativa y la posterior represión republicana se 
cierne sobre las cabezas de los que tendrían que ser las caras visibles 
de la desobediencia. Por este hecho, probablemente en el momento 
decisorio y delante del desconcierto generalizado lo más interesante sea
 profundizar las contradicción en el seno del propio procés y 
generar situación de tensión con los Mossos y la Policía Nacional. 
Generar continuas contradicciones entre ambos gobierno y fomentar un 
caldo de cultivo para la próximas tentativas revolucionarias. De alguna 
forma es una preparación para el futuro. Cuando todo se hunde emergen 
las fuerzas organizadas y ahora mismo nosotras todavía no lo somos.
Existen bastantes limitaciones para 
desbordar la situación, no vamos a tener la posibilidad de incidir hasta
 que el gobierno de la Generalitat haya jugado la mayoría de sus cartas,
 pero si existe un momento en el que haya la mínima confusión lo tenemos
 que aprovechar sin ningún tipo de complejo. No será el momento de tener
 debates, estos los tenemos que tener ahora y después aplicarlos con la 
máxima flexibilidad posible dada la inestabilidad de la situación. Se 
vuelve a palpar malestar en las calles, en las conversaciones de los 
bares, hay una creciente decepción después del último ciclo electoral, 
la hipótesis populista es irrealizable al menos en los próximos tres 
años. No solo lo decimos nosotras, algún diario del régimen lo comento. 
Se han visto barricadas en llamas como hacia años que no se veían en 
Barcelona, el otro día había un cautivador Black Bloc en la 
manifestación de estudiantes. Algo se esta fraguando subterraneamente, 
de forma casi imperceptible, y por medio de las premisas de la 
militancia convencional es incomprensible. Se acerca la primavera y con 
esta el buen tiempo, y esto siempre es un catalizador de la rabia en 
nuestras tierras.